Al leer la sinopsis de El hijo de Saúl (Saul fia, 2015) podría pensarse que es “otra película sobre el holocausto”. Es cierto: se trata de otra cinta basada en el exterminio del pueblo judío, sin embargo considerarla “una más” me parece problemático. A Stanley Kubrick le disgustó La lista de Schindler (Schindler’s List, 1993), de Steven Spielberg, porque pensaba que se trataba de una victoria, cuando el holocausto es una derrota en la historia de la humanidad.
Su punto en cuanto a La lista de Schindler es discutible —yo, por ejemplo, no concuerdo del todo—, pero su idea describe buena parte de las películas basadas en esta catástrofe, particularmente las que gustan en Hollywood.
A diferencia de la mayoría de sus pares, El hijo de Saúl, del debutante húngaro László Nemes, evade el sentimentalismo al asumir nuestro conocimiento del tema. A final de cuentas, el holocausto ya es parte de un recuerdo cultural —no lo vivimos, pero de alguna manera la mayoría lo conoce— y, en vez de mostrarlo, Nemes reduce el campo de visión al rostro y la nuca de su protagonista, Saúl. Los espectadores atentos notarán —o han notado— que el cuadro de la imagen es reducido a una relación de aspecto de 4:3. Esto se debe a que Nemes busca resaltar a un hombre que, en medio del infierno, se aferra a su fe y a sus signos.
Enterrar a su hijo —aunque no sabemos si en verdad lo es— significa para Saúl una grieta de luz entre dos oscuridades infinitas, pero para quienes lo rodean se trata de una insensatez. En medio del horror, la decencia se confunde con la idiotez o quizá, desde una perspectiva más pragmática, lo sea. Nemes nos muestra cómo un acto simbólico cuesta vidas y nos describe a Saúl como un hombre simultáneamente necio y heroico: un retrato del hombre en busca de la dignidad.