Cuando Francisco Goldman estaba en la universidad, un profesor le dijo que de todos los de la clase, del único que estaba seguro que se convertiría en escritor era de él porque escribir era lo único que sabía hacer. “Si no me hubiera dedicado a la literatura, no tengo idea qué haría; era esto o morir”, recuerda con risas. El profesor era nada más y nada menos que Richard Ford, uno de los autores estadounidenses más importantes de la actualidad.
La fascinación de Goldman por las historias llegó precozmente, pero como no creía que pudiera vivir de eso, intentó dedicarse a la diplomacia. “Fui a pedirle una recomendación a Ford para entrar a la carrera diplomática y me dijo que no me la iba a dar porque eso me haría abandonar la escritura. Mi mamá lo quería matar”, comenta el autor, quien tomó este desdén como un voto de confianza que lo hizo abandonar esa idea y enfocarse en la literatura.
De esos años en que el escritor decidió tomar a la profesión por los cuernos, recuerda: “Así que me mudé a Nueva York a perseguir mi sueño; la vida era muy difícil, tenía 21 años y trabajaba de lo que fuera: mesero, bartender, mozo…” Pero tenía todo muy claro, así que ahorró mil dólares (una cantidad que en ese tiempo le parecía increíble) y viajó a Guatemala, a casa de unos tíos, con el único objetivo de escribir cuentos que le sirvieran para aplicar en una maestría de escritura creativa.
Pero lo que encontró fue un país violento y desolado donde no sólo escribió sus cuentos, también le despertó la chispa del periodismo. Los relatos lo llenaron de halagos y le consiguieron publicaciones; la no ficción le abrió las puertas para escribir su primer artículo sobre su experiencia en Guatemala.
Sin embargo, Francisco Goldman no se considera un periodista: “Soy sólo un novelista que practica periodismo. Hacer novela es lo que amo; es donde me siento más cómodo. El periodismo sólo es trabajo; me gusta reportear, convivir con la gente e investigar, pero escribirlo me parece aburrido”.
De su pasión novelística surgieron títulos como La larga noche de las gallinas blancas, El ordinario marinero, El esposo divino y Di su nombre. Esta última publicada en 2012 y que recoge la peor experiencia que Goldman ha sufrido: su esposa Aura Estrada, una joven escritora mexicana, murió en 2007 arrastrada por una ola en las playas de Oaxaca mientras vacacionaban juntos. A pesar de que esta obra obtuvo muy buenas críticas y lo consolidó como un gran narrador, para él no fue un triunfo: “Esta novela no me ayudó con el duelo; de hecho, escribirla me hizo extrañar más a Aura en una época que estuve muy perdido”.
Época que se alargó por cinco años en los que el escritor se reconstruía al lado de sus amigos mexicanos. “Me acompañaban y, a diferencia de mis amigos de Nueva York (donde paso la mitad del año), me trataban con naturalidad y sin máscaras”. Pero el duelo para Francisco “es una oscuridad que domina los días” y de aquí sólo pudo salvarlo el oficio.
“Me di cuenta que no había conducido en cinco años ni una sola vez y esto se convirtió en un símbolo”, cuenta el autor quien le temía a la Ciudad de México, pero la tomó como reto para salir de su duelo. Su desafío era conquistar ese miedo al que, dice, se le puede ver como algo simbólico respecto a tomar el control de su vida.
De este ejercicio nació El circuito interior, un libro publicado por editorial Turner que cuenta tres historias: la de nuestro país, la de la Ciudad de México y la de Francisco Goldman superando su pérdida. Estas páginas que empezaron siendo un encargo sobre tres crónicas (algo totalmente distinto al resultado), terminaron siendo un retrato sobre el trauma, el dolor, la belleza y la picardía de la ciudad que habita un hombre en proceso de curación. O, también, la carta de amor de Francisco Goldman a un país del que ya conoció lo peor, pero aún así lo ama.
(Miréia Anieva)