A finales del año pasado se lanzó Nubosidad variable, el sexto álbum del artista de rock-pop y jazz, Fratta, el cual está disponible a través de la plataforma de iTunes.
¿Me hablarías un poco sobre tu nuevo álbum? ¿De qué trata?
Empezamos a grabar las canciones de Nubosidad variable en el primer trimestre de 2016. Varias las tocamos en vivo, lo cual sirvió para ver cómo reaccionaba la gente. Como pasé siete años sin entrar al estudio, era un poco necesario hacerlo así.
En cierto sentido, Nubosidad… sigue la línea musical que he explorado antes y el lenguaje que he manejado siempre. Aunque cuando me presento en vivo toco con un grupo de músicos, prácticamente soy un solista que siempre ha hecho temas íntimos, suaves y finos de un pop cercano al folk.
No se trata de un álbum precisamente biográfico: cuando eres solista, tu trabajo se convierte en una especie de fotografía de vida. Tus discos reflejan, de forma implícita, lo que has vivido y tu visión del mundo. En cada canción tratas de poner tu forma de ver la vida y las relaciones humanas.
¿Cuánto tardaste en grabarlo?
En enero del año pasado entramos al estudio y pasamos dos o tres meses grabando. Después empezamos con el proceso de mezcla y masterización, que fue más lento porque soy un perfeccionista y siempre quiero alcanzar un producto final más trabajado. Además de que está de por medio el trabajo de la distribuidora, y la decisión de terminar el disco y darle difusión no está en nuestras manos. Se podría decir que la publicación siempre depende de decisiones administrativas.
¿Cómo fueron tus años de formación?
Mi trayectoria empezó en la década de 1990, soy de la generación de La Lupita y Santa Sabina. El primer disco salió en 1993 y, desde entonces, nunca he dejado de hacer música, aunque tenga periodos largos sin lanzar un nuevo álbum. No tengo oficina ni disquera.
¿A qué dificultades te enfrentaste antes de consolidar tu carrera?
El mayor reto y lo más difícil para mi generación fue abrir espacios. No había foros para tocar, no teníamos un espacio propio, las disqueras no nos pelaban y cuando lo hicieron fue porque era redituable y había una posibilidad de negocio, no por una cuestión artística.
Otro problema en mi carrera fue cuando mi relación con BMG se complicó y pasé varios años congelado, sin hacer nada. Yo tengo internet desde 1996 y gracias a los primeros sitios que alojaban música pude permanecer vivo durante los tres años que estuve con la boca en el cuello. Las plataformas me dieron la oportunidad de no desaparecer.
Desde tu punto de vista, ¿cuál ha sido la evolución del rock y el jazz en México?
La respuesta depende mucho de la apreciación de cada persona. A principios de la década de 1990, nos tocó abrir muchos espacios. En este tiempo, cualquier cosa era rock, y si tenías el pelo largo y no eras Alejandra Guzmán, ya eras un rockero. Unos años después se empezaron a hacer presentaciones con la intención de que los conciertos masivos —los cuales estaban prohibidos— volvieran.
En la actualidad, todo es muy distinto: los chavos tienen más herramientas de distribución, además de que hace 25 años nadie hubiera pensado que la gente podría llevar tu música en su teléfono.
¿Cómo fueron tus años en la banda Ninot?
Eso fue al final de la década de 1980. Tuve la enorme fortuna de que me invitaran a tocar los teclados durante tres o cuatro años. Sacamos un primer disco y, para decirlo de alguna forma, nos quedamos en la puerta cuando no hubo un contrato disquero que le gustara por completo a los líderes de la banda. Al mismo tiempo, aparecieron bandas como Bon y los Enemigos del Silencio y Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio. Fueron años duros: nos tocó picar piedra, y se podría decir que uno salía a cazar al público.
¿Cuáles son tus principales influencias?
El rock argentino me nutrió mucho: Luis Alberto Spinetta, Charly García y Soda Stereo, así como las bandas españolas que llegaban a México cuando empezó mi carrera: Radio Futura y La Unión. Muchos de mis amigos eran exiliados argentinos, y ellos me fueron mostrando las propuestas musicales de su país.
Si tuviera que conservar a algún artista que escuché en mi adolescencia y aún sigue presente, mi decisión estaría entre Leonard Cohen y David Bowie. Ellos permanecerán siempre.
Fotos: Carlos Somonte