Descubrí a BabyMetal en la televisión de un maid cafe defeño, uno de esos lugares con temática japonesa y chicas lindas que te tratan superbién. Mientras tomaba mi matcha, empezó a sonar una combinación que nunca había escuchado: una base de metal –pero metal recio, death metal melódico, casi casi como At The Gates o In Flames cuando eran chidos– con voces femeninas pop encima. ¡Ay güey! Volteé a la pantalla y vi a tres chavitas bailando una coreografía padrísima, como de Jeans, pero darks. Era la mezcla perfecta: una banda tocando virtuosamente y en tono malote pero con la pegostiosidad y alegría explícita del pop adolescente. ¡Esos japoneses son unos genios!
Cuando BabyMetal anunció que venía a México, me puse muy contenta. Además, me daba mucha risa leer los comentarios de los metaleros “serios” diciendo que eso era “basura”, que era una banda “comercial” (porque vender discos es pecado), que era música “de niñas” o “de putos” (chido su machismo, metalheads que viven con sus mamás hasta los 50). Ay, qué oso ser TRVE METAL WARRIOR OF STEEL y no tener ni tantito sentido del humor. Yo me voy a divertir, con permiso.
En la fila del concierto, en el Circo Volador, lo más padre era ver a los fans: un chorro de adolescentes vestidas muy en la onda de las BabyMetal, con falditas esponjosas de tul y grandes moños en el pelo. Algunas de plano iban disfrazadas con armaduras hechas en casa de cartón o plastipiel plateado. Muchas iban en familia. Ahí afuera, en lo que esperábamos el acceso, una señora me contó que ella era fan del rock “de antes”, de Metallica, de Nirvana, de Guns; pero desde que su hija le había puesto a BabyMetal, esas bandas legendarias habían quedado en segundo plano. “De regalo de Día del Niño, el último, porque tiene 14 y ya casi va a cumplir 15 años, le regalamos los boletos. ¡Estaba feliz! Pero nos dijo que quería venir con nosotros”, me contó, mientras señalaba con la mirada a su esposo y a su hija, que venían de comprar camisetas de BabyMetal para los tres.
El concierto estuvo espectacular. El Circo Volador, que tiene capacidad para 2500 personas, estaba casi lleno. TODOS brincábamos, gritábamos y headbangueábamos al ritmo de rolas que hablan de temas como “Quiero chocolate, pero me preocupa mi peso”, “¿Qué brillo labial me pondré esta mañana?” o “Vamos a mi casa a ver las caricaturas”. ¡MÉROL! Había niñitos de cuatro o cinco años que se sabían las coreografías y los coros de las canciones. Nunca había visto a un público tan prendido… ni siquiera en Metallica, Foo Fighters o Ricardo Arjona.
¿Y ahora? No volveré a escuchar metal con los mismos oídos. Ahora que vaya a ver a Opeth y a los ñoños de Blind Guardian me voy a aburrir. Creo que mejor compro boletos para OV7 y Kabah. Luego les cuento qué tal.
(Tamara De Anda)