Circo, maroma y teatro es lo que han tenido que sortear los habitantes del Circo Atayde Hermanos para poder mantenerse en pie desde hace 129 años.
Hablar del circo y de sus espectáculos es recordar la infancia y aquellos tiempos en que el televisor no se apoderaba de la atención de los chiquillos (nosotros de antaño). Sin embargo, a pesar de esta gran competencia desde hace 129 años el Circo Atayde Hermanos siempre ha estado un paso adelante siguiendo en el gusto del público.
Y es que como no acordarse de aquella época en que los niños se alborotaban con la llegada de una carpa a los barrios de la Ciudad de México, lo cual era sinónimo de risas a cargo de los espectáculos que daban los payasos, los malabaristas, trapecistas y los domadores con sus adiestrados animales.
Desde su fundación en 1888, este lugar ha sorteado todo tipo de adversidades, entre ellas la Revolución Mexicana, guerras mundiales y hasta crisis económicas, situaciones que, en vez de debilitar a esta empresa mexicana, la llenaron de fortalezas.
Pero conozcamos en voz de los residentes del Circo Atayde Hermanos: ¿qué es lo que los motiva a seguir dándole vida este mágico lugar?
Una tradición familiar
Ella es la cuarta generación de esta gran familia de cirqueros, su nombre es Celeste Atayde, quien recuerda la época en que se tenía que conformar con ver desde lejos como sus padres desempeñaban sus habilidades artísticas en la pista. “Fuimos tres hijas y la prioridad de mi papá era que estudiáramos. Además, él tenía la mentalidad de que las mujeres no podíamos participar en el negocio”.
Pese a la cultura de su padre, las hermanas Atayde llevaron de manera paralela el circo y la escuela: “para mí era un mundo mágico, fui muy afortunada porque me pude preparar artísticamente en el circo a la par de la manera tradicional en la escuela”, comenta con una sonrisa mientras se acomoda su impecable cola de caballo.
Aunque con tristeza recuerda otros aspectos poco gratos de su niñez: “Como niña es muy doloroso que tus papas tengan que viajar y no poder acompañarlos porque ellos iban a trabajar, mientras que yo me quedaba a estudiar. Y les doy las gracias infinitamente, porque me abrió las puertas de otros lugares que me dieron experiencia y conocimiento”, dice.
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Además, comenta que tiene dos hijos, Ingrid —de 18— y Alexis —de 12—, a quienes apoya en esta disciplina artística. “Mi hija se desempeñó más por el gusto por los animales, a ella no la limité. Sin embargo, a ella le cortaron las alas las autoridades, quienes desde 2014 impidieron este tipo de espectáculos, sin ver el verdadero estado de los animales, nunca vinieron a verlos”, comenta y deja ver la molestia en sus gestos.
Y agregó lo siguiente: “muchos compañeros de otras empresas circenses tuvieron que meterse como choferes, porque no es fácil pasar de domador a acróbata, cada disciplina requiere de mucho esfuerzo físico y la mayoría de ellos tenían más de 40 años realizando la misma actividad”, explica Celeste con tristeza.
Gracias a la capacidad de reacción, el Circo Atayde se pudo sobreponer a este gran golpe, realizando espectáculos con talento humano, “nosotros lo vimos como un abanico de oportunidades”, dice Celeste refiriéndose también a la Carpa Astros donde, además del show de circo, también se realizan otras presentaciones.
Al grito de algodones
Son alrededor de las cinco de la tarde y, atraídos por la divertida y tradicional música de circo, los espectadores comienzan a llegar al Atayde Hermanos. Los vendedores pasan a los asientos de los visitantes para ofrecer bebidas, dulces y narices de payaso que se iluminan.
Por otro lado, Ricardo Cortés carga un poste con esponjosos algodones de color rosa y azul. Al grito de “hay algodones” se abre paso entre la gente para ofrecer esta dulce golosina, por tan solo 25 pesitos. No pasó ni 10 minutos dando vueltas entre los asistentes cuando terminó con casi todos.
Ricardo, quien viste con pantalón y playera negra como sus compañeros, comenta que comenzó a trabajar en el circo hace 10 años y que, desde entonces, las ventas son variables: “Unas veces se venden y otras no”, comenta mientras sonríe.
Además, afirma que ser parte de los habitantes del circo es muy gratificante, porque mientras trabaja le puede echar un ojo a los shows y continua diciendo: “me gusta mucho trabajar con los niños, en ocasiones cuando los papás no tienen o no les alcanza, les doy un algodón y me llena de alegría ver sus caritas de felicidad”, finaliza Ricardo.
Bailarinas al ritmo de la música
Mientras el payaso Costel canta su éxito musical “Bailando solo”, las bellas bailarinas animan a la gente con sus contoneos y el público, en respuesta, corea las canciones y algunos hasta intentan bailar como ellas.
Wendy, de postura erguida, porta un diminuto y brillante vestido negro, y su cabello castaño lo trae recogido en una abundante cola de caballo. En uno de sus descansos comenta que hace 16 años comenzó a trabajar en el circo acompañando a los artistas que presentan su show.
Con el tiempo, se empezó a involucrar en otros espectáculos donde involucraba la danza, “a mí me tocó trabajar en el acto de los elefantes. Fue una experiencia muy padre, porque podía convivir de cerca con ellos y, a pesar de su gran tamaño, son animales muy nobles”, recuerda y como si siguiera bailando sigue sonriendo.
Sin embargo, al tocar el tema de la disposición que quitó a estos animales de los actos, la bailarina sin ahondar más dice: “Para mí fue muy triste cuando quitaron estos actos, yo estaba encariñada con los elefantes y ellos conmigo”, concluye.
Los payasos
Enfundado en un elegante traje de color amarillo— sin dejar de lado la extravagancia típica de los payasos—, Lagrimita inicia su show en el Circo Atayde Hermanos junto a su hijo Costel, quien de igual manera viste un llamativo traje rojo.
Este par de payasos se han presentado en diferentes escenarios dentro y fuera de la capital; sin embargo, Lagrimita comenta que el Atayde es diferente: “hay magia en el lugar y presentar tu trabajo aquí lo enaltece, la magia corre por tu cuerpo, el público es entregado y, nosotros como payasos, lo único que podemos hacer es corresponderles con un buen show”.
Mientras retoca su maquillaje, Lagrimita deja descubierta su verdadera voz, la cual es muy suave, aunque no deja de contrastar con su caracterización: base rosa, colorete en los cachetes y labios blancos. Algo que caracteriza a este payaso de nuestra infancia es que no porta las tradicionales pelucas de colores; sin embargo, a pesar de los años, no se le marca ni una cana.
Aunque el público no deja de recordarle que el tiempo pasó y que cada vez que su hijo entra a escena las eufóricas niñas le gritan en conjunto “suegro”, el payaso comenta: ” trabajar con mi hijo es una experiencia muy bonita, compartir con él el éxito me llena de orgullo, yo lo veía de chiquito y lo cambiaba; ahora estar con él es fantástico”, comenta mientras sonríe en complicidad con Costel.
(Fotos: Dulce Ahumada/Cortesía)