El Taquito se destaca no sólo por su comida, sino por las miles de historias que se han escrito en sus instalaciones durante sus casi 100 años de existencia.
En el Centro Histórico de la Ciudad de México sobreviven muchos edificios y comercios antiguos. Algunos han cambiado de propietarios, de nombre o hasta de calle, pero El Taquito se ha mantenido fiel a sus orígenes, literalmente hablando.
Todo comenzó hace casi 100 años cuando Conchita —originaria de la Ciudad de México— y Marcos Guillén —proveniente de Guadalajara— se conocieron y se enamoraron en el Zócalo capitalino. Una vez que comenzaron su historia juntos pusieron una recaudería en la esquina de la calle del Carmen y República de Bolivia.
Ambos disfrutaban cocinar, así que decidieron vender carnitas y antojitos a las afueras de su negocio, pero los tacos se hicieron tan populares que decidieron cerrar la recaudería y dedicarse a vender comida.
Así, el número de clientes aumentó considerablemente. “Vamos por un taquito”, decían los vecinos cuando se referían al comercio de la pareja. De hecho, fue esta frase la que le dio nombre a este negocio, el cual fue inaugurado oficialmente en 1923.
Hoy en día es uno de los sitios imperdibles de la Ciudad de México no sólo por su comida, sino por todas las personalidades que han comido ahí. Todas las paredes están tapizadas de fotografías de los comensales más famosos que ha recibido, incluyendo a artistas nacionales como María Félix e internacionales como Marilyn Monroe, quien se echó sus buenos tacos durante su visita a México.
A pesar del paso del tiempo, el sazón y la tradición de El Taquito se ha mantenido intacto, todo, en gran parte, gracias a sus habitantes.
El Taquito, un segundo hogar
Miguel Ángel camina apresurado de un lado para otro. Viste de camisa roja y pantalón negro. Su expresión es serena y calmada, pero está atento a todo lo que ocurre en el restaurante. Mientras atiende sus funciones administrativas, procura apoyar a sus compañeros en lo que pueda, tal como lo ha hecho desde hace 18 años.
“Yo era auxiliar contable. En una ocasión me mandaron a este restaurante a ver un requerimiento y ya me quedé aquí”, explica sonriente. Antes de entrar, Miguel no era consciente de la historia de El Taquito, pero eso cambió rápidamente. “No lo conocía, pero cuando vine tuve un sentimiento bonito al ver toda la gente que venía y que es un lugar con mucha tradición. Aquí todo ha sido bonito, en especial el ambiente”.
Y es que 18 años no son cualquier cosa, pues durante este periodo ha tenido la oportunidad de conocer a grandes personalidades como Jacobo Zabludovsky. “Para mí esto es casi como una segunda casa. La mayoría del día estamos aquí trabajando y uno se acostumbra a vernos diario. Me gusta mucho estar con los compañeros, atender a la gente y contar todo lo que he vivido aquí. Ahorita lo que busco es superarme día con día en este restaurante”.
Música en la cocina
“Sin música yo no te cocino”, explica Aída Ramírez entre risas. Ella, de expresión alegre y llena de energía, llegó hace tres años a El Taquito y confiesa que es la causante del ritmo que inunda la cocina.
“El ambiente de trabajo es muy bueno y en la cocina, ¡pues imagínate! Yo pongo el relajo ahí”. Y se ríe. “Nos llevamos bien todos y todo el día es música. Yo ando con cucharones por aquí y por acá; me gusta trabajar así. Es como darme ánimo a mí misma y no acarrear los problemas al trabajo, porque si tú vienes de malas las cosas salen mal. Todo lo transmites con tus manos”, asegura.
Aída, originaria de Puebla, afirma que El Taquito le ha dejado grandes experiencias y satisfacciones. “Yo decía que aquí sólo iba a estar un año, pero pues…ya llevo tres. El ambiente me atrapó, el poner empeño en tu trabajo. Si alguien está de malas, pues tratas de ayudarlo. Son muchas cosas, pero más que nada es el ambiente lo que me gusta”.
Sin embargo, no todo han sido alegrías: “aquí tengo muchas experiencias, pero una que me marcó fue con un compañero. Lo conocí poco pero de pronto dejé de verlo trabajando. Después me dijeron que había fallecido”, explica cabizbaja.
Por un momento la voz se quiebra con el doloroso recuerdo. Pero pronto aleja esos pensamientos y recobra su habitual sonrisa, en especial cuando habla de su familia. “Mi motivación son mis tres nietos. Trato de dar lo mejor de mí, poner más empeño en mi trabajo y que cada día las cosas salgan lo mejor posible”.
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En busca de una oportunidad
Vestido de verde, Roberto recorre rápidamente todos los salones del restaurante portando una charola. Sirve comida, cobra cuentas, ayuda en la barra y vuelve a empezar. Parece no detenerse nunca y que el cansancio no provoca estragos en su cuerpo, pues siempre va con una sonrisa.
Parece que fue ayer, pero ya pasaron 14 años desde que Roberto salió de su natal Oaxaca para buscar mejores oportunidades de vida. Llegó a la Ciudad de México en busca de trabajo cuando recién había cumplido la mayoría de edad, lo cual significó un cambio sumamente drástico.
“Al principio fue un cambio brusco porque allá estaba estudiando. Cuando llegué a la ciudad, primero estuve en una fábrica de árboles de navidad, luego me pasé a El Taquito y ya aquí me quedé. Ya llevo 12 años en este restaurante”, explica mientras recuerda las primeras experiencias que tuvo en este negocio.
“El inicio fue complicado ya que llegué sin saber nada de este ramo, pero fui aprendiendo. Me gusta todo lo que hay en El Taquito: el ambiente, la comida y atender a los clientes”, afirma orgulloso.
Aunque el inicio no fue fácil ahora este restaurante ya forma parte de su vida. “Trabajar aquí es uno de mis máximos. Uno se siente halagado de pertenecer a este ramo y, sobretodo, de formar parte de los casi 100 años de El Taquito”, finaliza, antes de dirigirse rápidamente hacia una mujer que le llama. Ella pide la cuenta y Roberto regresa a su diario andar.
Negocio de sacrificios y satisfacciones
Cada visita en el Taquito es una experiencia única. La música mexicana que suena constantemente y las cientos de fotografías pegadas a la pared dan fe de toda la tradición que encierra en este lugar. Y eso lo sabe mejor que nadie Marcos, quien lleva 42 años trabajando aquí y es el que supervisa que todo marche como debe.
“Estar aquí es muy bonito, pero es una gran responsabilidad. Un restaurante es muy celoso, si no te gusta la vocación o crees que vas a hacerte millonario con un restaurante estás muy equivocado. Este es un negocio de mucho sacrificio, de mucho esfuerzo, de corajes, alegrías y, eso sí, muchas satisfacciones”, afirma.
Mientras recorre las instalaciones del lugar saluda a las personas que están presentes, algunos son comensales casuales y otros grandes amigos. “La mejor satisfacción es convivir con la gente y tener tantos amigos”, añade con una sonrisa que rara vez desaparece de su rostro.
Prácticamente toda su vida la ha pasado entre estas paredes llenas de fotografías y recuerdos. Cada día acude devotamente a El Taquito con el objetivo de continuar con esta tradición que comenzó hace 94 años y que le ha dejado tantas experiencias. “Cuando vino el príncipe Carlos me tocó atenderlo personalmente”, afirma, mientras le echa un vistazo a todas las instantáneas que hay a sus espaldas.
Por el momento Marcos regresa a sus ocupaciones. Supervisa que todo esté en orden y repasa todo lo que tiene que hacer. A simple vista todo parece ser fácil pero, tal como lo dijo, es una gran responsabilidad mantener la tradición e identidad de uno de los restaurantes más emblemáticos de la Ciudad de México.
(Fotos: Guillermo Gutiérrez)