En el Museo del Juguete Antiguo México no sólo hay miles y miles de juguetes, sino historias y recuerdos que nacen a través de estos míticos artículos.
La Ciudad de México tiene un sitio donde la nostalgia y los recuerdos se sienten a flor de piel. Su nombre es el Museo del Juguete Antiguo México, aunque muchos lo conocen como el MUJAM.
Fue inaugurado en 2006 por el arquitecto Roberto Shimizu, quien —durante varias décadas— se dedicó a coleccionar juguetes. Después decidió mostrarle la colección al mundo a través de un espacio único en el que las personas no sólo se reencuentran con juguetes de su infancia, sino con una cara poco conocida del pasado de nuestro país.
Actualmente tiene en exhibición más de 40 mil piezas, cifra que no representa ni la mitad de la colección completa. ¿Te imaginas trabajar en un lugar así? Sus habitantes te cuentan sus historias.
Todo comenzó por un juguete
Tirsa Sánchez no puede evitar sonreír mientras recuerda la primera vez que pisó el MUJAM justo hace cuatro años. “Fue muy bonito porque me gustan mucho los juguetes y las antigüedades. Cuando lo vi por fuera se me hizo muy extraño, entonces entré y me emocioné al ver todos los juguetes”, explica animada.
Ella llegó —irónicamente— gracias a un juguete. “Después de mi embarazo comencé a practicar mucho con el hula hula para volver a estar en forma. En redes sociales encontré una convocatoria del MUJAM para impartir talleres de verano; vine a proponer una actividad con el hula hula y aceptaron mi propuesta. Después vi ooootra convocatoria para diseñador gráfico y me postulé y aquí sigo”, añade mientras recuerda con alegría.
A lo largo de estos cuatro años han sido muchas las experiencias y sobre todo áreas donde ha colaborado en este museo. Le ha hecho de todo, desde actividades culturales y diseño de carteles y boletos hasta encargarse ocasionalmente de la tienda del museo.
“Cuando yo llegué sólo había tres salas y ha sido muy bonito ver cómo ha crecido el museo. Me genera mucho amor y mucho respeto, porque al estar aquí me he dado cuenta que, a veces, el mexicano no tiene valor por lo suyo; vienen los extranjeros y les encanta la cultura popular mexicana, les fascina el ingenio mexicano. La mejor experiencia que me ha dejado el museo es apreciar más a mi país y el hacer un buen trabajo para brindarle alegría a los visitantes”.
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La gran emoción de verlo crecer
Teresa Vicenteño recorre con familiaridad el museo y lo mira con nostalgia. Ella lleva más de 26 años en el lugar; de hecho, cuando llegó aún ni era un museo. “Yo inicié con el arquitecto Shimisu, cuando esto era una tienda de regalos; ya luego se transformó en el museo”, explica orgullosa.
Con libreta en mano se sienta frente a la gigantesca máscara que en algún tiempo perteneció al Salón Colonia y explica: “Yo estoy en el área administrativa, pero también participo en visitas guiadas o atiendo a grupos de visitantes”.
Y añade, “cada visitante te deja algo. Siempre nos platican de sus recuerdos. En una ocasión me tocó atender a un grupo de la tercera edad y, cuando llegamos a esta sala, un señor comenzó a llorar porque le dio mucho gusto ver la máscara. Él era fanático de ir a bailar al Salón Colonia; de hecho, ahí conoció a su novia, la que ahora es su esposa”.
Con tanto tiempo en el museo del juguete, Teresa no titubea al afirmar que este museo ya es parte de su vida. “Además de la historia de los juguetes la mayor satisfacción de estar aquí es toda la gente que he conocido. Cada una deja algo y me gusta mucho escucharlas y seguir aprendiendo”.
Cada día una nueva historia
Para Mario Gómez, cada día en el Museo del Juguete Antiguo es una nueva experiencia. Él estudió Comunicación en una universidad de Ecatepec y se traslada todos los días desde dicho municipio hasta la colonia Obrera para realizar su servicio social.
“Me enteré por un video de YouTube de que existía el museo. Cuando vine a entrevista no tenía ni idea de cómo era el museo ni la colonia. Pero de inmediato me encariñé con él porque te da una buena vibra ver los juguetes y saber que los viviste en otro tiempo”, explica entusiasmado, mientras recuerda la alegría que siente cada vez que en el MUJAM montan una exposición de las Tortugas Ninjas o de videojuegos antiguos.
“Es muy interesante estar aquí. En la parte profesional, me gusta hacerle llegar la información a la gente. Y en lo personal, me encanta cuando el arquitecto viene a contarnos historias de cómo era la colonia antes o cómo jugaban hace algunos años”.
Pero eso no es lo único que disfruta sino ver a familias enteras recordando otros tiempos. “Lo que más abundan en el museo del juguete son las historias. Siempre he dicho que venir juntos en familia es como una terapia, porque siempre salen muchas historias, de alguna manera las vuelve a unir. Definitivamente voy a extrañar este lugar cuando acabe mi servicio y me vaya”.
(Fotos: Karla Almaraz)