Entre los long drinks más populares está el desarmador. Se dice que en 1949, en el bar del New York Park Hotel, un periodista de la revista Time vio cómo unos inmigrantes soviéticos bebían un combinado de jugo de naranja y vodka en vasos largos; a falta de popote o agitador, aquellos tártaros afincados en América mezclaban su bebida con un desarmador (screwdriver ). Resulta natural imaginar a un corrillo de trabajadores borrachines revolviendo tragos con su herramienta de trabajo: si el instrumento era útil para aflojar tuercas y extraer pernos, quizá podía ayudar en el proceso de relajar el cuerpo y la conciencia.
No parece casualidad que el escritor Truman Capote —célebre por su vocación al escándalo— fuese tan devoto a esta pócima insidiosa, taimada y volátil. El dulce del jugo de naranja apaga el suave regusto etílico del vodka y nos permite continuar bebiendo como si, en vez de un combinado engañoso, se tratara de un inocente ponche para quinceañeras.
El desarmador se prepara con una parte de vodka, jugo de naranja y hielo en cubitos; resulta pertinente considerar las resonancias semánticas (la sajona y la castellana) de la palabra que designa a esta bebida. Por la RAE sabemos que quien está desarmado es quien es incapaz de reaccionar; y por el inglés —si somos flexibles— podemos decir que screwdriver sería algo así como el “conductor del coito”; claro, eso si recurrimos a la acepción “no oficial” del término screw , lo cual —para fines de este artículo— me parece lo más conveniente.
(José Manuel Velasco | FRENTE)