“Pasan hasta aquí”, dice enérgica una chica del staff, quien ya no puede con los reproches e insultos que le dirige la gente formada. Se le ve nerviosa, sofocada, sudando por el fiero sol. Del otro lado de las vallas, los asistentes están hartos y con la inquietud de no saber a qué hora van a pasar a ver la réplica de la Capilla Sixtina, que se ha montado en la explanada del Monumento a la Revolución.
“Pues venga usted para que les explique”, le revira un guardia a la chica del staff. Tampoco sabe qué hacer con la molestia de la multitud. Son las 12:20 del día y pocos han pasado a ver la copia de la obra en la que el escultor y pintor italiano Miguel Ángel trabajó entre 1508 y 1512. Algunos están desde las nueve de la mañana formados, a pesar de haber hecho una reservación por internet, con la que, se suponía, iban a entrar a las 11 de la mañana. Las taquillas jamás abrieron sus puertas.
Al final –o mejor dicho, al momento de entrar–, las reservaciones se han olvidado. La gente se forma donde se les ha indicado, según su horario de reservación, pero fuera de las vallas. Los chiflidos y los gritos se escuchan en la Plaza de la República: “¡Abran, abran!”. El suplicio es atendido para cuando ya hay personas con insolación y otros malestares, entre los que está el hecho de no poder tomar fotografías ni videos.
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En noviembre de 2015 se proyectaba instalar la réplica de la Capilla Sixtina en el Zócalo capitalino; sin embargo, debido a la visita del Papa Francisco a México, en febrero de 2016, el proyecto se suspendió hasta este martes 7 de junio, cuando abrió sus puertas al público en la Plaza de la República.
El público por fin entra a una sala obscura. Dentro los repliegan hacia varias pantallas en las que se proyecta un video con la historia de la Capilla Sixtina: el Papa Sixto IV ordenó su construcción… Fue inaugurada en 1481… Al joven Miguel Ángel le fueron encargados los frescos de la Bóveda… Los frescos retratan escenas del Antiguo Testamento.
Enseguida, entre las tinieblas de esta sala de proyecciones, donde también hay un ¡cajero automático! –por si se ofrece sacar dinero entre la multitud, claro– se alcanza a ver un pórtico de madera custodiado por dos maniquíes con el uniforme de la Guardia Suiza. La gente se aglutina para pasar a ver, ahora sí, la réplica milimétrica que el Comité Organizador para la Muestra de la Capilla Sixtina y el Gobierno de la Ciudad de México han montado. El Aleluya recibe a los asistentes.
A los costados y en el techo del recinto aparecen las obras de Miguel Ángel, para cuya reproducción total se necesitaron más de dos millones 700 mil fotografías y muchos días de trabajo que hasta ahora, el día de su inauguración, continúan en curso: fallas en la producción del espectáculo, el piso está incompleto, hay problemas con el suministro de luz.
Al fondo se hace un recorrido con luces sobre El Juicio Final y se da una explicación de la obra en la que trabajó Miguel Ángel entre 1537 y 1541. Pecadores y justos, ángeles y demonios, Cristo, María, San Pedro, San Andrés y muchos santos más componen el conjunto pictórico que fue extraído del Apocalipsis bíblico.
Las luces apuntan finalmente hacia la parte inferior derecha del mural, donde se ve caer a muchos “al abismo del infierno”. Enseguida otra luz indica a los visitantes que los 20 minutos de recorrido, por los que han aguardado como si fuese una penitencia, han terminado. Otro grupo de visitantes está por entrar a la Capilla. Ya los espera El Juicio Final.