Acompañado por sus hijas, Julie y Margo, Nathaniel Frey viaja rumbo a su hogar tras pasar un fin de semana de visita en la casa de sus suegros. Pero pronto, todo se convierte en una pesadilla. De la nada, desde una camioneta, un par de hombres comienzan a disparar contra ellos. El pánico se apodera de él cuando escucha a una de las niñas decir: “Papi, Julie no se mueve, papi, está sangrando, papi, no veo que respire, creo que está muerta”.
Así comienza el viaje al infierno de Nathan. Unos días después del funeral, el hombre abandona a su familia para volver a la interestatal en búsqueda de los asesinos. Se obsesiona con la idea de encontrarlos. No hace otra cosa: pasa diez horas al día dando vueltas sobre el mismo camino.
Tras varias semanas así, pierde su trabajo. Pierde también a su esposa y a su hija. Y cuando por fin las cosas parecen volver a la normalidad, y ya tiene un empleo nuevo, cree encontrar a los responsables y decide acabar con ellos. Mata a uno y al otro lo deja deshecho. Le dan varios años de cárcel y la vida se le va de las manos.
Y eso es sólo un resumen de las primeras 60 o 70 páginas. Porque en las otras 400, divididas en siete capítulos más, Stephen Dixon repasa, desde distintos ángulos, la misma historia. Narrada en muy pocos párrafos, de forma frenética y con diálogos que se enciman, como si tuvieran mucha prisa o como si estuviéramos dentro de la cabeza de su autor, Interestatal es una historia de la que resulta imposible salir ileso.
Es una novela escrita como con la intención de contradecir aquello de que lo que ha sido escrito no se puede modificar. Este es el tercer libro de Dixon que publica Eterna Cadencia en nuestro idioma.
Interestatal
Stephen Dixon
Eterna Cadencia
Buenos Aires
2016, 478 páginas
Fotos: Shutterstock/ Especiales