Jaime López tiene la edad del rock n’ roll. Nació en 1954 en Matamoros, Tamaulipas, año en el que fue lanzada “Rock around the clock”, rola de Bill Haley & His Comets que dio forma a este género musical en Estados Unidos. Su moneda de identidad tiene dos caras: la nordaka raza y la chilanga banda; es de aquí y es de allá. El chango chilango fue chavalo por Juárez y le tocó pagar el pato con su rock. A través de sus letras, López ha retratado el folclor de nuestra ciudad: el sonsonete del mequetrefe, el lenguaje del malafacha y el hechizo roto desde el nudo subterráneo del Metro.
Su aguardentosa voz ha entonado lo mismo una cumbia sobre el barrio de La Merced que un Blue Demon blues, una norteña sobre el amor por los arrabales que un rap de ghetto encerrado, trova de bonzo y jazz de la última vez que estuvo en Plutón -o en la Peralvillo-, pero todo partiendo del rock, su esperanto: “Hay muchos ignorantes en el mundo del rock. A mí me despejó la cabeza y me puso a mover el cuerpo, con el tiempo descubrí que sólo era el folclor de nuestro tiempo. El rock en sí es un idioma y engloba muchos géneros”, dice López.
Aunque se define a sí mismo como un “solista involuntario”, a lo largo de su carrera ha compuesto, de entre cloacas, azoteas y paredes resquebrajadas, el soundtrack alternativo de la ciudad con músicos como José Manuel Aguilera, con quien grabó Odio Fonky y No más héroes por favor, Emilia Almazán, Roberto González, Maru Enríquez y Óscar Chávez, además de componer temas para Eugenia León, Tania Libertad, Betsy Pecanins y Cecilia Toussaint.
Hace más de 25 años, cuando su cabeza lucía un abundante estropajo azabache en lugar de unos cuantos pelillos canos, conoció a José Luis Domínguez, entonces guitarrista del grupo de rock progresivo Abril, con quien en 2006 se juntó para crear la banda Jaime López y su Hotel Garage, que hasta la fecha sigue junta.
El tamaulipeco más chilango –o viceversa– piensa que grabar un disco es una aventura. “Como yo no viví las épocas en que alguien se subía a una carabela a sortear tormentas y ver si existía un continente detrás de esa deep purple haze, para mí hacer un disco es lo equivalente, montar una carabela y decir ‘vamos a descubrir un continente’”. En ese caso, la tripulación de tres locos conformada por Jaime López (voz y bajo), José Luis Domínguez (guitarra) e Iván García (batería) ha soportado los embates del mar, que por poco y mandan a Domínguez al infinito y Mazatlán, para dar con Di no a la yoga, su más reciente descubrimiento. Es el tercer disco de la banda, tras Grande Sexitos (2006) y En vivo y en Domínguez (2012).
El álbum se compone de diez temas, entre los que destaca la versión rockera de “Tu maldición”, interpretada originalmente con un acompañamiento de acordeón, y “La bestia”, la cual originalmente iba a formar parte de un disco de música norteña que Jaime estaba armando pero que a la mera hora no cuajó.
El nombre del nuevo disco hace referencia a las adicciones. López critica a quienes cambian la droga por la yoga y, a su vez, esta disciplina por cualquier otro vicio. “El grito ‘sexo, droga y rock n’roll’, ahora que ando solo por la calle / me suena a ‘rezo, yoga y Steve Jobs’, que el buen San Juan Autista los ampare’”, dice el compositor en “No soy un virtuoso”, una canción para escuchar en la Roma-Condesa (en el iPod, por supuesto) mientras nos reímos de nosotros mismos.
Nacido en la vena de Leonard Cohen, Lou Reed y Tom Waits, López pasó de ser escritor a músico; de ser un rebelde sin oficio ni beneficio a convertirse en un gurú del caló, el retruécano, el pastiche y la aliteración. Es el intelectual que dotó de autenticidad el rock mexicano para inmortalizarse en un firmamento de hoja de plata.
VIERNES 14, 18 Y 21 HRS. FORO DEL TEJEDOR.
ÁLVARO OBREGÓN 86, ROMA.
350 PESOS.
(URIEL SALMERÓN)