Aunque llevaba cuatro años sin sacar disco, Jessy Bulbo no había desaparecido del mapa. Además de seguir tocando con su banda, protagonizó una película (El lenguaje de los machetes, de Kyzza Terrazas) y condujo un programa de tele cultural (Banda ancha, en Canal 22). Todos sabíamos que andaba por ahí, pero de pronto sorprendió con dos grandes lanzamientos: el álbum Changuemonium y su primera novela, Rock Doll, publicada por Ediciones B.
La novela que se escribió sola
Sobre su debut literario, dice que de alguna manera lo estuvo “llamando”. “El año pasado me empezó a invadir la sensación de ‘¡Quiero hacer un libro ilustrado!’”. Consiguió un block y unas acuarelas y empezó a pintar. Entonces se dio cuenta de que la cosa no estaba tan fácil, que era un montón de trabajo, y que no iba a poder hacerlo sola. Además, ninguno de los editores con los que habló se mostró interesado en el proyecto. Siguió haciéndolo por pasatiempo, hasta que “un día me llegó la oferta de hacer esta novela; sí sentí como que lo llamé, como que primero me puse a hacer la parte divertida y de repente me cayó la chamba”, cuenta.
Jessy nunca había hecho ficción, pero sí tenía antecedentes escribiendo. Desde la primaria, a ella y a una amiga les daba por crear radionovelas y obras de teatro. En la universidad –estudió periodismo en la UNAM, carrera que a la mera hora dejó para dedicarse de lleno a la música– hacía ensayo literario. “Por ejemplo, cuando me tatué la primera vez y mi mamá hizo un escándalo, me viajé: ¿qué irán a hacer mis hijos que me espante a mí? Y escribí que se iban a abrir branquias de tiburón en la espalda o que se iban a romper la nariz y dejar que les soldara chueca”. Después estuvo clavada en interpretación de sueños, aunque desde la vigilia no había hecho historias y mucho menos diseñado personajes. Eso último era lo que más la intimidaba.
La novela habla de María, una adolescente de 18 años que tiene una banda junto con tres amigas. Desde el principio, Jessy decidió que fueran puras chavas porque, además de tener la experiencia autobiográfica a la mano –por Las Ultrasónicas, el grupo en el que tocó de 1998 a 2002– ella cree que las mujeres hacen rock de una manera distinta que los hombres. “Nosotras nos clavábamos más en que lo que estuviera sonando nos diera risa o nos pareciera suelto, cachondo; estábamos buscando más que se sintiera padre, y mucho menos que se oyera desde afuera de cierta forma”. En cuanto tuvo claros a los personajes, la novela se escribió casi casi solita, en menos de seis meses.
Rock Doll está dirigido a adolescentes, pero habla sin tapujos ni juicios morales sobre sexo, drogas y rock ‘n’ roll. “Yo lo mandaba pensando que me lo iban a regresar. Dije ‘Si me censura la editorial, pues ya veré qué hago’. Y al contrario, me aplaudían mucho ese tipo de cosas”. Así, María conecta pastas en el Chopo, bebe caguamas de a montón y se acuesta con un chico que no es su novio: todo suena muy normal, pero no faltará el espantado. ¡Y hace 20 años lo hubieran prohibido en las escuelas!
Me quiero volver chango
Mientras que sus discos anteriores estuvieron llenos de furia (lo que grabó con Las Ultrasónicas y Saga Mama, de 2006), pequeños placeres (Taras Bulba, de 2008) y metafísica (Telememe, de 2011), el nuevo material de Jessy es pura fiesta. “Cuando terminé Telememe sentí que por fin me había vaciado, porque es muy introspectivo, muy oscuro, medio místico, medio psicoanalítico, de cosas que incluso me avergüenza pensar. Salió y de repente me empecé a sentir como un changuito; me sentía muy básica y muy idiota, muy ‘involucionada’, y así empecé a hacer el Changuemonium. Es un disco de mucha fiesta. Lo oigo y me pone de buenas. Probablemente el primer disco que hice de muy buen humor”.
Además de la changopachanga, el disco la ayudó a terminar de enfrentar a sus demonios. Una de sus letras dice “Lo que me gusta es sentir el diablo adentro, que me lleve a donde quiera y he perdido tanto el tiempo tratando de hacer las cosas bien”. Explica que la escribió pensando en que “ya no quiero estar tratando de afinar cuando canto, no quiero estar tratando de tocar ‘bien’ el bajo, no quiero estar tratando de ser Natalia Lafourcade, no quiero estar tratando de ponerme al nivel de las personas que todo mundo me dice que yo debería de ser”. Lo más difícil de su carrera ha sido lidiar con los comentarios negativos, sobre todo en redes sociales. “Yo creo que cualquier persona que te diga que no le afecta lo que dicen, está mintiendo”.
Cuenta Jessy que después de leer a tantos usuarios diciendo cosas como “¡Qué desafinada!” o “¡Suena como gata en celo!”, llegó a perder el placer por cantar, y que esa mala vibra de Twitter, Facebook y YouTube se convirtió en un superyó que en las tocadas le decía al oído que todo estaba mal. “Te tienes que ir a pelear con ese demonio y encontrar el modo de decirle ‘OK, ahí vas a estar toda la vida, igual y hasta me sirves de algo pero yo renuncio: voy a desafinar porque quiero seguir cantando’. Esa decisión que parece tan sencilla cuesta un chingo de trabajo”.
Dice Jessy que ya disfruta mucho cantar, pero que debería escribir un libro llamado Cómo lidiar con la crítica. Es una broma, porque ya está trabajando en su segunda novela, que trata de otra cosa. “La ficción se me dio muy fácilmente”.
Por lo pronto, si conoces a un adolescente o tienes alma de ídem, ya sabes qué libro buscar.