El ganador del Premio Herralde habla sobre el humorismo en la literatura mexicana y los mecanismos de escritura detrás de su novela No voy a pedirle a nadie que me crea
Hace siete años, cuando Editorial Anagrama publicó Fiesta en la madriguera, se reveló el nombre de uno de los autores jóvenes más interesantes de la actualidad: ésta, la primera novela de Villalobos, llamó la atención por su oscuro sentido del humor y su posible parentesco con los momentos más delirantes en la narrativa de César Aira.
En el otoño de 2012, fue incluido en el especial de literatura mexicana de la prestigiosa revista Granta en español, y, después de dos novelas, en noviembre fue anunciado como el ganador número XXXIV del Premio Herralde.
¿Cuál es tu definición de humor?
Una experiencia que suspende el continuo de la existencia, corta el ritmo de la respiración, mediante la risa, y nos hace eternos en ese instante perfecto.
Además de Jorge Ibargüengoitia, cuya influencia es muy notoria en tu obra, ¿qué otros escritores mexicanos consideras que son buenos humoristas?
Efrén Hernández, con su galería de personajes desocupados, fracasados, vagabundos, que conectan con su sintaxis enredada y su vocabulario arcaico la tradición de la literatura del Siglo de Oro español y de la picaresca del siglo XIX en México, con la comicidad de carpa, con Cantinflas (no es casualidad que Efrén Hernández escribiera un guión, que nunca se filmó, para Cantinflas). El humor macabro de Francisco Tario, especialmente en su libro de cuentos La noche y en los aforismos de Equinoccio. Desgraciadamente, debido al contexto de violencia en México, creo que el humor de Tario, aunque políticamente incorrecto, está más vigente que nunca.
¿Por qué es tan difícil lograr que el lector se ría? ¿Cuál es la falla?
Porque existe la idea de que la buena literatura es, necesariamente, solemne. Algunos lectores se acercan con condescendencia a la literatura humorística, con cierto sentido de superioridad, juzgando que “eso” no es gran literatura, que es un divertimento, un mero entretenimiento. Hay que tener disposición para reír, suspender los prejuicios y las ideas fijas.
Francamente, ¿qué tanto hay de autobiográfico en No voy a pedirle a nadie que me crea?
Me propuse hacer una parodia de la literatura autobiográfica, por eso recurrí al diario íntimo y al género epistolar como estrategias para construir la novela. Aunque es una parodia, y aunque, al menos para mí, queda claro que nadie puede creerse que lo narrado en la novela realmente sucedió, me interesaba que funcionara el “mecanismo del morbo”, es decir, que el lector se interesara en el libro en parte para descubrir qué tanto hay de verdad en él. Como norma en todos mis libros, yo siempre digo que lo más inverosímil es lo que sucedió en la realidad.
¿Cómo fue el proceso de escritura detrás de esta última novela?
Empezó como una novela de chinos: la trama se desarrollaba por completo dentro de una tienda de chinos en Barcelona, una de esas tiendas de “Todo a 1 euro” donde puedes comprar infinidad de porquerías. La trama original era un enredo entre la mafia china y el narco mexicano. A partir de ahí se fue transformando, algo que siempre me sucede, en cada reescritura fue adquiriendo y perdiendo personajes, sumando narradores, tramas. Esta novela tuvo nueve versiones, hasta llegar a la definitiva.
¿Qué cambios has visto en tu escritura desde Fiesta en la madriguera hasta No voy a pedirle a nadie que me crea?
Ha habido un proceso de aprendizaje, de apropiarme de ciertas estrategias y mecanismos que antes no dominaba o con los que me sentía muy inseguro. En Fiesta en la madriguera no hay diálogos, en Si viviéramos en un lugar normal hay unos cuantos y Te vendo un perro y No voy a pedirle a nadie que me crea son, en buena medida, novelas dialógicas. De hecho, lo que más disfruto ahora es escribir los diálogos, cosa que antes odiaba. También perdí el miedo, o el pudor, con los personajes y voces femeninos.
¿Tienes rituales de escritura? ¿Cuáles son?
Escribo a mano, utilizo cuatro cuadernos: uno para tomar notas, que siempre llevo conmigo, para que no se me escape ninguna idea; otro para hacer apuntes sobre la estructura de la novela, las características de los personajes, el tono narrativo, etc.; otro donde voy escribiendo la novela y un cuarto donde hago el diario de escritura de la novela.
Juan Pablo Villalobos recomienda diez libros:
Cartucho, de Nellie Campobello
Ese modo que colma, de Daniel Sada
Continuación de ideas diversas, de César Aira
Déjenlo todo en mis manos, de Mario Levrero
El uruguayo, de Copi
Ferdydurke, de Witold Gombrowicz
Lancha rápida, de Renata Adler
Diles que son cadáveres, de Jordi Soler
Cómo dejar de escribir, de Esther García Llovet
Conjunto vacío, de Verónica Gerber
Fotos: Cortesía