Hace un par de meses, el escritor Juan Pablo Villalobos se convirtió en el sexto mexicano en ganar el Premio Herralde de Novela por No voy a pedirle a nadie que me crea. Se trata, como el resto de la obra de Villalobos, de una novela muy divertida. De esas, como pocas, que no quieres que acaben.
El protagonista es Juan Pablo, un mexicano que deja Xalapa para viajar a Barcelona, donde planea estudiar un doctorado en teoría literaria y literatura comparada. Su proyecto es sobre los límites del humor en la literatura latinoamericana del siglo XX.
Pero todos sus planes se ven completamente afectados cuando una misteriosa organización criminal lo obliga, bajo amenaza de muerte, a cambiar el tema de su tesis y a su tutor. Sumido en una crisis, la gastritis y una dermatitis nerviosa se apoderan de él.
Para empezar, lo obligan a viajar acompañado por Valentina, su novia (él no lo sabe, pero será una pieza clave en la operación), quien pasa los días leyendo Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, y lleva un diario en donde aprovecha para sacar todo su odio hacia Juan Pablo. Además, la pareja tiene que compartir un departamento con dos argentinos, Cristian y Facundo, y, de vez en cuando, con la hija pequeña de uno de ellos.
La misión es ganarse la confianza de una catalana llamada Laia, hija de Oriol Carbonell, un político local, ex miembro del parlamento europeo, muy conectado, y miembro de una familia millonaria.
Como escenario, una Barcelona racista, invadida por migrantes, y como parte del reparto, una serie de personajes secundarios que hacen la historia aún más hilarante: el omnipresente y omnipotente licenciado; su chalán, el Chucky, ex boy scout que no sabe hacer nudos; además de un chino, un pakistaní y un okupa italiano, como si fuera un chiste.
No voy a pedirle a nadie que me crea
Juan Pablo Villalobos
Anagrama, 272 páginas, $216
México, 2016