Los personajes creados por Minila se mueven en la cotidianidad y ahogados en la mala suerte, se van enfrascando en escenas que terminan por contaminar el aire que van respirando
Cada uno de los siete cuentos en los que se fragmenta Lo peor de la buena suerte (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015), de Jonathan Minila son como un gran vaso con agua, delicioso y refrescante, aunque, poco antes de acabártelo, te encuentras con una pequeña sorpresa: hay algo en el fondo, no sabes exactamente qué es, no tiene forma definida ni huele a algo en especial, sólo sabes que seguro te caerá mal en el estómago y te enojas un poco por no verlo antes de tomarte el agua, pero bueno, ya no tienes sed y aún no te duele nada.
Circulan aquí, como en un carnaval de animales muertos, personas que se arrastran a la sombra de alguien que apenas conocieron en un bar, gente ensimismada en la nada que viaja en el Metro de alguna ciudad-laberinto, escritores que acribillan sus miedos y estos nacen de nuevo en un loop infinito o, como el cuento que le da título al libro, la buena suerte se va forjando de manera tan perfecta y atinada que el resultado es el negativo fotográfico de una vida que nunca sucedió.
Perdedores y ganadores juegan en una cancha metafísica que va borrando los adjetivos de todos y al final nos deja con las manos vacías y preguntándonos qué teníamos en ellas.