Fotografía: cortesía. Texto por Mariana Castillo
Indagar en lo que incomoda puede generar cambios o al menos que la atención se centre en aquello que no se quiere mirar o que se oculta a propósito. Estoy leyendo “Desde los zulos” de Dahlia de la Cerda y en sus primeras páginas hay una analogía muy acertada: una sopa de fideo puede explicar lo desigual.
Su ejemplo es así: dos amigas de su barrio la hacían, una con concentrado de tomate más pasta (con veinte pesos de presupuesto); la otra con jitomate, cebolla y pasta; y una tercera, preparada por la nana, “porque quién cocina en tu casa también es político”, con caldo de pollo, jitomate, cebolla, concentrado de tomate y verduras.
Tres preparaciones que hablan de acceso, pero también de condiciones materiales y sociales. Las preguntas pertinentes serían: ¿Se cuenta con gas, agua, utensilios y un espacio para cocinar? ¿Se tienen ganas, tiempo y salud? ¿Para cuántos se cocina en ese hogar? ¿Cuánto dinero se destina para la compra de alimentos?
Dahlia dice: “La desigualdad es multiforme porque las opresiones y el lugar que ocupas en el modelo económico también lo es y cómo y qué y quién prepara/s una sopa de fideo dice mucho de qué lugar ocupas en la matriz de opresiones. Esto pareciera una obviedad, sobre todo si viviste precariedad, pero hay gente que no lo entiende”.
En efecto, hay gente que no lo entiende, por eso, urge seguir trayendo a la mesa que la inequidad es algo sistémico, no de elección personal. Lo que comemos también es ejemplo de privilegios o de la falta de ellos.
Ahondar en lo anterior nos posiciona ante la otredad para evitar ejercer violencias de diferentes tipos o continuar discursos que mantengan narrativas que las sostienen, mucho más aún si tenemos espacios de poder, como las aulas de enseñanza y los medios de comunicación. Preparar una sopa de fideo no es tan simple si lo vemos de esta manera.
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