Existen razones para creer que Natalia Lafourcade dejará huellas profundas en la música popular de nuestro país. Cada paso que da en su carrera es firme, hacia delante, con arrojo. Su nuevo disco no es la excepción.
Se llama Hasta la raíz y es el primero que publica desde el sorprendentemente exitoso tributo que le hizo a Agustín Lara (Mujer Divina, 2012) en compañía de algunos de los cantantes más importantes de la música pop en tu idioma. Tres años después de esa aventura discográfica, Lafourcade está de regreso con un disco en el que, luego de haber explorado a Lara a fondo, se redescubre como cantautora. Es decir, Natalia ha decidido —me lo confirmó en una entrevista que le hice hace un par de días— privilegiar a las canciones por encima de los arreglos o de su interpretación vocal (no significa que los haya descuidado).
El primer tema, el que abre la fiesta, es contundente; quizá es la mejor canción que ha hecho la artista. Se trata de una colaboración con otro cantautor, Leonel García. Sin embargo, poco tiene que ver con el pop sofisticado y adulto que caracteriza a García. Esto es una especie de huapango actualizado de letra conmovedora y melodía memorable. Lo lamentable es que después no hay otra canción de esta trascendencia: es el punto más elevado del disco.
El resto es de buenísima factura y ninguno de los temas tiene desperdicio. Pero resulta un poco decepcionante que Hasta la raíz no trace el rumbo del disco. Al contrario, es un tema que incluso parece fuera de registro si se le compara con el resto. Pero insisto, tampoco es que las demás canciones desmerezcan, quizá sólo son un poco más convencionales, más cuidadas. Pero en general se trata de una gran obra que retrata de manera emotiva y profunda los sinsabores de una separación sentimental, hecha por una artista que derrocha talento y que, pese a su fama y su importancia, hace las cosas bajo sus propios términos. Chequen también canciones como Para qué sufrir o Palomas blancas.