Los humanos tenemos la curiosa necesidad de preservarlo todo. Hay quienes guardamos celosa y obsesivamente fotografías, libros, juguetes, películas, discos, ropa, cartas, monedas, llaves, cucharas. Hay quienes guardan sus muelas del juicio o los dientes de sus hijos. Acumulamos cosas para recordarnos lo que alguna vez fuimos.
La obsesión de coleccionar es tal que hemos construido inmuebles gigantes para guardar de todo: pinturas, esculturas, meteoritos, animales disecados, esqueletos, carretas, fósiles y piedras, joyas, automóviles y muebles. Panteones con techo en los que se rinde culto a la nostalgia y que se erigen como un doloroso y constante recordatorio de que, siempre, el pasado fue mejor.
Y justamente sobre eso trata La extinción de las especies. Uno de los personajes principales (quien forma parte de un gran elenco) es Zacharias Spears, un hombre de ciencia convencido de que el mundo entero cabe en un edificio de cuatro paredes. Él está decidido a crear un museo en la ciudad de Washington que resguarde la mayor cantidad posible de especímenes, fósiles y herramientas de todas las épocas, y gracias al cual la gente pueda realizar un viaje en el tiempo por la módica cantidad de dos centavos de dólar.
Con un toque de sarcasmo, y convenciendo en todo momento al lector de que lo que se está narrando sucedió realmente en algún momento, el escritor Diego Vecchio construye ágilmente una historia dividida en fragmentos breves que, a través de situaciones a veces surrealistas, habla sobre la manía de coleccionar y el trabajo que nos cuesta dejar ir las cosas y aceptar el paso del tiempo.
Por La extinción de las especies, el argentino Diego Vecchio resultó finalista de la edición número 35 del Premio Herralde de Novela (el ganador fue el español Andrés Barba, por República luminosa).
La extinción de las especies
Diego Vecchio
Anagrama, Barcelona
2017, 184 páginas
$396
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