Hay algo muy adolescente de ser apasionado por algo. Es como cuando tienes un grupo de rock favorito: aquel que tú descubriste antes de que tuvieran un hit en la radio. Aquel que quisieras que todo mundo escuchara y que todo mundo adorara como tú. Pero cuando esto llega a suceder, ya no lo quieres igual y piensas que todos los que lo descubren a partir de su éxito de radio ya no lo entienden igual que uno y que son unos arribistas que solo lo echarán a perder.
Esta fiebre mundial por la hamburguesa comienza a hacerme sentir justamente eso. Tengo sensaciones encontradas por la enorme explosión de popularidad de mi pasión: por un lado, quisiera que todos se dieran cuenta y valoraran las burgers como el mejor platillo del planeta, pero, por otro, quisiera que no todo mundo supiera sobre hamburguesas.
Para sumar al sentimiento encontrado, entre más lugares nuevos y más opciones hay, también surgen diariamente nuevos expertos del tema. El rigor y la experiencia muchas veces quedan relegados a segundo plano. Sin embargo, lo importante es que ese platillo que tanto nos hace suspirar y sonreír aparece cada vez más en los lugares menos esperados. Ya no solo en los restaurantes de señor, en los steak houses o en los lugares de moda. Comienza a viralizarse en fondas, comidas corridas y, casi inevitablemente, crece su oferta callejera (en puestos, carritos y hasta foodtrucks).
No me quejo. A fin de cuentas, ya no estamos sometidos a la tiranía del taco (aquella donde inevitablemente después de las 11 de la noche uno ya no podía comer ninguna otra cosa) y eso es un avance. Solo quisiera que bajara la fiebre como para quedarnos con los buenos lugares, aquellos que realmente proponen y tienen platillos pensados y bien logrados. Pero pensar así es muy adolescente. Así que mejor disfrutemos de la burger en todas sus expresiones.