Una historia como la de Nuestra pequeña hermana (Umimachi Diary, 2015) promete un melodrama desbordante en gritos y lágrimas. Cuando el padre de tres muchachas muere, las jóvenes van a su funeral y conocen ahí a su media hermana de 14 años. No ignoraban su existencia; su madre las señaló siempre a ella y a la otra viuda como el origen de su infelicidad.
En el funeral, las muchachas no encuentran mons- truos, al contrario, descubren una gentileza familiar. Esa identificación las lleva a adoptar a la niña, pero pronto la cuestión de la herencia y el rencor de una madre hacia la otra complican su nueva vida familiar. Sin embargo, esta película es dirigida por Hirokazu Koreeda.
Heredero del silencioso maestro Yasujiro Ozu, Koreeda evita enfocar su cinta en el conflicto para darle una mayor importancia a la recolección de lo coti- diano. En Nuestra pequeña hermana pasamos más tiempo contemplando la felicidad y la rutina que sus interrupciones. Las escenas no poseen una conexión dramática, es decir, no están filmadas para contar una historia o un conflicto central, sino para ser miradas y reconocidas en nuestros recuerdos de la vida familiar.
La pequeña Suzu (Suzu Hirose) observa a sus hermanas mientras se pelean entre sí e inmediatamente se reconcilian, comparte sus penas, sus historias, y se emborracha con ellas por primera vez. Las chicas crean una pequeña comunidad que retrata al padre de unas y de la otra y juntas descubren en cada una de ellas una imagen distinta de sí mismas.
El tono de Koreeda, incluso en escenas tensas, mantiene una naturalidad que no elude del todo el sentimentalismo, pero tampoco lo resalta. Nuestra pequeña hermana no obliga a sus espectadores a sentir: los invita a conmoverse, a ejercer la mirada como un sinónimo de complicidad en el acto de crecer.