La magia de la legión
Al hospital llegan uno, dos, quince Stormtroopers (conocidos acá como Soldados Imperiales). Luego aparecen los Caballeros Jedi y demás criaturas y rebeldes de la galaxia. Al verlos, los niños pronto olvidan que están enfermos. Pelan los ojos y no pueden creerlo. Es como en el cine… no, ¡es mejor que una película! Es real.
Los pequeños rodean a Chewbacca, boquiabiertos, y le dicen “¡El perrito! ¡El perrito!”. ¿Qué importa que –técnicamente–, no sea un canino, sino un wookiee? ¿Qué más da si no saben que el traje costó semanas de trabajo y varios miles de pesos? En realidad, tampoco importa si no conocen la historia de Star Wars ni la filosofía Jedi, el hecho es que están abrazados a esos personajes, derrochando sonrisas.
¿Cómo llegó Star Wars a un hospital infantil? En México hay capítulos de dos clubes de fans internacionales con reconocimiento oficial: la Legión Rebelde (‘los buenos’) y la Legión 501 (‘los malos’). El requisito para unirse es tener un disfraz que parezca ‘salido de la pantalla’.
Karen Casasola, de 28 años, es miembro de la 501st Legion: Mexican Garrison desde 2012. Como ella, hay otros 116 mexicanos que pertenecen al club. Explica que es una hermandad internacional, que es increíble viajar con tu armadura y tener la certeza de que alguno de los 7600 legionarios que hay en el mundo te va a recibir si lo visitas, pero que la mayor satisfacción es acudir a los eventos altruistas, donde los dos bandos se unen para llevar alegría a niños en hospitales y albergues. “No se compara con nada. Cuando ya ves que el niño de veras se la cree, pasas de ser el que va a sorprender, a ser el sorprendido. Esa es la magia de la legión”.
¿Cómo no van a quedar boquiabiertos los niños? Foto: cortesía 501st Legion Mexican Garrison.
Detectores de fans
Cuando la primera película de la saga, Episodio IV: Una nueva esperanza, se estrenó en México, en 1978, Óscar Islas, como tantos niños, fue al cine, vio naves gigantes, espadas láser, robots adorables, criaturas interplanetarias, toneladas de acción. Fue amor instantáneo.
A sus 42 años, Óscar ahora es uno de los organizadores de ExpoColeccionistas, un evento que está a punto de cumplir una década. Aunque no es exclusivo de Star Wars, es el tema que predomina cada verano.
Hasta los bebés acuden disfrazados a ExpoColeccionistas. Foto: cortesía Óscar Islas.
De esa expo salió la idea de Fanatic Wars, un libro publicado por Editorial Trilce en 2013, con fotografías e historias de mexicanos que se han adueñado de la saga. Su autor, Marcel Rius, frecuentaba la feria y notó que ahí había material para un libro (¡o mil!). Como Rius, otros han sacado su ‘detector de fans’ a los medios masivos.
Si en la radio mexicana tenemos El club de los Beatles o La hora de Luis Miguel, ¿por qué no tener un programa dedicado a Star Wars? “Nunca dudamos de tener temas de qué hablar”, dice Andrés Boludo Durán, que junto con Julio Martínez Ríos y Andrés Vargas Ruzo conduce Alianza Rebelde, transmitido semanalmente en internet a través de puentes.me.
El programa ha servido para congregar a los starwarianos capitalinos. “Sabíamos que había una comunidad muy grande, pero no dónde estaba.. Nos buscan para que los invitemos o que hablemos de sus grupos de fans. Está bien padre porque comienza a integrarse una comunidad”, dice Boludo.
Sobre el actual boom comercial de la serie, Boludo confiesa tener sentimientos encontrados: “De cierta forma sí causa recelo, dices ‘Esto es mío, me dediqué tantos años a hacerlo mío, y ahora ya cualquiera lo tiene’. El otro lado de la moneda es que ahora todos entienden por qué me gusta tanto”.
A la mexicana
Todo empezó con un Darth Vader de plástico. El pequeño Víctor adoraba el juguete: lo traía de aquí para allá, lo cuidaba. Ya después averiguó de dónde había salido: “Ah, hay una película, Star Wars”. Se hizo tan fan que, cuando tenía ocho años, calcula que fue al cine más de 12 veces a ver Episodio VI: El regreso del Jedi.
Fue aumentando su colección. Y aunque las figuras gringas, de la desaparecida Kenner, se conseguían en la fayuca, él prefería las versiones mexicanas de la marca Lili-Ledy, que tuvo la licencia a principios de los ochenta. “No es por presumir, pero tuve todas las naves y las figuras, ¡todas!”, recuerda.
La versión mexicana del Millenium Falcon. Foto: cortesía Víctor Espinosa.
Lamentablemente, perdió sus juguetes de la infancia, pero ya como adulto ha logrado reconstruir parte de su acervo. “Son bastante cotizadas. Un Boba Fett o un Jawa de Kenner, por ejemplo, te cuesta 2 mil pesos; uno de Lili-Ledy te anda costando entre 10 y 20 mil pesos”, cuenta Víctor.
En sus búsquedas de juguetes, notó que nadie sabía a ciencia cierta cuántos modelos había producido Lili-Ledy, así que se puso a investigar hasta que logró armar un libro, una especie de guía sobre las piezas mexicanas. Es una obra no oficial, editada por él mismo, que se consigue en el Museo del Juguete Antiguo de México. “Es una cosa medio retro, llena de nostalgia. Muchos, a la hora de abrir el libro, me han dicho ‘Me han salido lágrimas, porque me acuerdo de lo que me regaló mi papá, o mi abuelita, de a dónde íbamos a comer, si me porté bien, si me porté mal…’”.
Piezas mexicanas de Lili-Ledy. Foto: cortesía Víctor Espinosa.
Y esas lágrimas, como las sonrisas de los niños abrazados a Chewbacca o la sensación de tener miles de amigos alrededor del mundo nada más por compartir una misma pasión, valen más que los 4 mil millones de dólares que pagó Disney por Lucasfilm.