Madero el idealista; el espiritista; el revolucionario soñador: el que prefirió morir antes que matar. Francisco Ignacio Madero es un personaje que ha sido encumbrado en la historia nacional como parte de ese repertorio de figuras —ya con tan poco sentido— que llenan el cajón de los ‘héroes de la patria’.
En el imaginario social, su nombre denota el inicio de la Revolución Mexicana y los primeros pasos a la transición del México actual, al mismo tiempo, la traición de Victoriano Huerta; la Decena Trágica: una muerte injusta ocasionada por una rectitud y bondad casi irritantes. Ahí, los hechos históricos, pero, ¿qué hay detrás de sus decisiones?, ¿dónde está su ideología y su complejidad?
Escrita por Antonio Zúñiga y dirigida por Mauricio Jiménez, Madero o La invocación de los justos revela diferentes capas, facetas y creencias de un hombre que llevó a sus últimas consecuencias su fe y sus principios morales. Sin seguir una línea cronológica, el montaje evoca un mundo onírico en el que los hechos históricos se mezclan con las prácticas espiritistas del que escribiera La sucesión presidencial y la influencia que éstas tuvieron en su quehacer político.
“México es un laberinto sin un hilo conductor… Un desierto lleno de ríos de sangre, de muerto”. Las frases son flechas que no responden a una época. No es el México de la Revolución, sino el actual; precisamente, ese diálogo entre pasado y presente es algo que se busca y se logra en la obra: “¿Qué son 43 si nos faltan miles?”, refiere un diálogo. Y parece que jamás se podrá salir de ese laberinto.
Con escenografía e iluminación de Ténzing Ortega; vestuario de Rodrigo Muñoz y musicalización de Leopoldo Novoa, esta obra se presenta en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM. El elenco está formado por Aída López, Zamira Franco, Fabián Varona, Francisco Mena, Fernando Sakanassi y Ángel Lara.