Conocer la relación que existe entre el poder y el saber es lo que más le importa a Jorge Volpi, quien publicó recientemente Las elegidas, novela coral que retrata el ancestral tráfico de mujeres que se desarrolla en el pueblo de Tenancingo, y que tuvo sus réplicas en una ópera que cuenta con la participación de Lei Liang y una película del director David Pablos.
El autor de la novela En busca de Klingsor defiende el papel de la literatura a la hora de narrar la realidad
violenta de México, pero da carta abierta a los creadores que quieran escribir sobre “la Grecia clásica”.
Volpi habla como un científico o, por lo menos, defiende la importancia de la literatura desde un razonamiento apegado a principios y fundamentos. Es meticuloso y preciso y conversa a gran velocidad. Es un tratadista. Retrata, a través de su obra ensayística y de ficción, los mecanismos que hacen funcionar una maquinaria que en nuestro país y el mundo se alimenta del eterno conflicto entre la ciencia y el fanatismo.
Con tu ópera le das la vuelta a los héroes corridísticos, un tema que en los últimos años se ha limitado a la apología.
Cuando tuvimos la idea de la ópera Cuatro Corridos decidimos hacer cuatro monólogos, en donde lo que queríamos era darle voz a las mujeres. A cuatro mujeres: dos de ellas víctimas, una de ellas que habla de una tercera que quiere escapar y que es asesinada. Una que habiendo sido víctima se convierte en parte de los victimarios, de la banda. Y una mujer policía, mexicano-estadounidense, quien es de las que desmantela la banda; para tener el panorama completo. La idea fue utilizar algunos de los recursos del corrido, justamente dándole la vuelta. Si el corrido enaltece las hazañas de los criminales, aquí se trata más bien de contar las historias de las víctimas.
Desde el punto de vista estético, ¿tomas algún riesgo al nombrar una problemática actual sin que exista una distancia histórica de por medio?
Siempre es un riesgo… pero que la literatura siempre ha tomado. Es quizá también uno de los termómetros más inmediatos de la realidad. No es periodismo, no es una crónica, es convertir esto en una historia de ficción, basada en lo que estamos viviendo.
¿Consideras la trata de mujeres como una extensión del narcotráfico?
El problema del narcotráfico es que todo lo contamina. Eso es lo que hemos comprobado a lo largo de estos años de guerra. Y al contaminarlo todo, está la trata de mujeres que era una industria criminal independiente, es decir, que nace de una manera alejada del narco; en Tenancingo comienza por lo menos desde mediados del siglo XX, más o menos al mismo tiempo que comienza el narcotráfico en Sinaloa, pero no había ninguna conexión.
Cuando el narcotráfico empieza a infiltrarlo todo, por supuesto las bandas que se dedican al crimen organizado empiezan a diversificar sus funciones y es ahí cuando empieza esta conexión de bandas que utilizan las mismas rutas para el tráfico de muchas cosas, entre ellas las personas.
Tu obra aborda la trata de mujeres, un problema muy grande en el país, pero junto con el narcotráfico y las temáticas que se desprenden de estos fenómenos, ¿no se corre el peligro de idealizar a ciertos personajes?
Hay que decir que en el tema de la violencia en general, sobre todo con el narco, me he dedicado también a estudiar un poco; por un lado hay exploraciones efectivamente artísticas o periodísticas del más alto nivel. Pero también cuando esto tiene la masa crítica suficiente para convertirse en una moda, lo que provoca es que todos quieren estar contando historias del narcotráfico y ya no importa demasiado enaltecer el crimen —lo que me preocupa todavía menos— sino trivializarlo.
He escrito varias columnas sobre algunos de los productos que abordan el narcotráfico reciente, incluyendo la serie de Netflix, Narcos, que me parece uno de los fenómenos más claros de querer ver en la figura de Pablo Escobar al héroe máximo y además con una mirada que trivializa toda la historia.
Elegiste la ópera para describir una tragedia como lo es el tráfico casi, casi institucionalizado de mujeres en México. ¿Crees que los artistas en nuestro país se han mantenido al margen de la crítica social en este momento?
Yo creo que al contrario, ha habido en los últimos años -desde que México se convirtió en este campo de guerra- muchísimos escritores que han volteado a ver la realidad de una manera u otra. A veces a través de la ficción, otras desde la no ficción. A veces también siendo parte de esta moda de contar la violencia una vez más, como en el caso de la narcoliteratura. Pero yo creo que un artista tiene desde luego toda la libertad para ver la realidad inmediata o para dedicarse a escribir sobre la Grecia clásica. Creo que en México encontramos unas cuantas obras muy notables que retratan estos fenómenos que hemos empezado a vivir, esencialmente desde 2006, que empieza la guerra contra el narco.
¿Cuál es la función de la literatura?
La función esencial de la literatura es la de contar historias. Contar historias buenas, contar historias profundas. Significa explorar la naturaleza humana en condiciones sociales particulares. En el caso de México, estas condiciones tienen que ver con el despliegue de violencia atroz que hemos vivido. Ése es su objetivo primordial, para que quien las lea sea capaz, por un lado, de sumergirse en esas historias y vivirlas por sí mismo. Sólo a través de la ficción tenemos esas otras vidas –tanto de víctimas como de victimarios- para tratar de entender qué es lo que está pasando.
No se trata de que la literatura tenga que ser un vehículo de denuncia, y pensada así de inmediato normalmente produce resultados artísticamente endebles. Pero sin duda la buena literatura es capaz de transformar la manera en que un individuo o un lector ve la realidad y, por lo tanto, a partir de ahí sí puede llegar a tener un impacto social más relevante.
Por momentos parece que la ficción no puede cubrir la cuota de realidad de un país como México.
Esta es una frase que a veces se dice y que sin duda puede resultar verosímil. Pero tampoco podemos pensar así. La realidad está hecha en buena medida de imaginación también, de la manera como interpretamos y conectamos los distintos hechos.
Tu literatura ha buscado desentrañar las estructuras de la razón, cuando la razón justifica los mecanismos del poder, ¿te interesa el poder como tal? ¿Su relación con las personas?
Yo sí creo que uno de los temas centrales a los que me he dedicado tanto en los libros de ficción como en los ensayos es el poder. Tanto el poder político como el poder de cualquier otro tipo, como el que se lleva a cabo entre las personas. Cómo las personas quieren controlar a otras y los distintos mecanismos para hacerlo. Los mecanismos ideológicos como los mecanismos de la pura fuerza bruta. Yo creo que, si hubiera un resumen entre el tema central que me ocupa, es esa relación entre el poder y el saber, como lo decía Foucault.
Uno de los personajes de En busca de Klingsor dice: “La ciencia surge del caos y del conflicto, no de la tranquilidad y de la paz”. ¿Por qué en México no hemos desarrollado más ciencia si tenemos estos ingredientes?
Es un déficit histórico, que viene desde nuestra tradición hispánica. Desde el momento que pertenecimos a ese orden que renuncia de alguna manera a la razón con la Contrarreforma, a diferencia de lo que pasa con el resto de Europa y se inclina más por el dogma. Y aunque sí hemos sido capaces en toda América Latina de crear instituciones sólidas de investigación científica, de lo que no hemos sido capaces de crear es la conciencia en la clase política de que la investigación y la ciencia son parte esencial del desarrollo de un país. Si vemos los porcentajes que se le dan del PIB a la ciencia son infinitamente menores respecto a cualquier otro, como si la ciencia fuera sólo un privilegio de los ricos.
Y creo que eso nos ha condenado —aunque tengamos algunos científicos de primer orden, algunas instituciones modélicas como el Cinvestav—; en realidad no se tienen los recursos ni se le da la importancia como política pública que debería tener la ciencia.
Cuando te preguntan en el extranjero qué pasa en México, ¿qué es lo que contestas?
Es una pregunta que me hacen mucho y siempre es difícil contestarla. Por un lado, es innegable que vivimos uno de los peores momentos de nuestra historia reciente, porque los 100 mil muertos y los 30 mil desaparecidos que probablemente tenemos desde 2006 son unas cifras propias de una guerra civil y no dejan la menor duda sobre el momento por el que atravesamos. Pero por el otro lado, y eso siempre hay que explicarlo, México es muchos Méxicos. Hay muchos lugares donde se hacen cosas muy interesantes, donde hay una enorme vitalidad, una enorme energía, donde en términos artísticos seguimos produciendo obras de primer nivel, donde en efecto, económicamente más allá de la convicción nuestra, México es una de las sociedades que tienen cierta estabilidad comparada con muchas otras.
Por un lado vivimos el horror de la guerra contra el narcotráfico y el horror de la desigualdad, pero también es cierto que hay muchas zonas del país que prosperan y progresan gracias al trabajo denodado de muchos mexicanos.
Con los atentados de París y esta guerra que comienza entre parte de Occidente y el Estado Islámico, resurgen los temas que te interesan, como el de la razón contra el fanatismo.
Es un reto terrible porque, por un lado, la manera como se ha combatido el islamismo radical fue la peor posible. No ha generado más que un recrude- cimiento de este mismo islamismo radical. Y lo terrible entonces es no saber cuál es la alternativa. De qué manera podríamos realmente transformar como seres humanos estas sociedades en las que el fanatismo está tan presente.
El fanatismo no es exclusivo del Islam, todas las religiones lo han tenido o lo siguen teniendo en sectores radicales que creen que tienen la verdad única, pero combinado con la violencia y el resentimiento histórico de buena parte del mundo musulmán se convierte en una explosión de la que todavía no tenemos una manera de salir. Excepto saber que como se ha hecho desde el 11 de septiembre ha sido equivocado. El ISIS es una consecuencia de una intervención ilegal, absurda, mal planeada y criminal en Irak. Más allá de que Sadam Husein fuera un tirano… después de todo, hay tiranos en muchas partes del mundo.