La visión de la realidad que tiene Grossman se acerca más a la lógica de un niño que descubre los sucesos más sencillos de formas bellas y cargadas de poesía
Es un enorme lugar común afirmar que los niños desbordan imaginación. Todos lo sabemos, es casi como asegurar que la vida de adulto hace que siempre tengas sueño o estés cansado.
La princesa del Sol, de David Grossman con ilustraciones de Michal Rovner, hace que la simpleza de la puesta del sol sea arrebatada de la lógica y caiga en las lindas canchas de la poesía, aunado a que las ilustraciones hacen que, lo que muchos llaman poético, sea más evidente al leer este libro “para niños”.
Una madre, la reina del Sol, y su hija, la princesa, parten en un viaje en bicicleta para llegar al lugar donde, entre la oscuridad de la noche, saldrá el astro a coronarlas. Pero en su trayecto se cruzarán por imágenes bellísimas: un hombre que se despide a besos de cada árbol, tres gatos con la cola en alto que se acercan felices a la bicicleta o, casi al final, la promesa de una tortilla con hierbas aromáticas cerrará de manera deliciosa la pequeña travesía entre madre e hija.
Dos concepciones de la realidad serán las protagonistas invisibles de la historia, la manera en que la niña, convertida en princesa, conoce el comienzo de cada día y la forma en que los demás vemos —o ven— un hecho que por repetirse diario, pasa a ser común y corriente.
La princesa del Sol
David Grossman y Michal Rovner (2016)
Editorial Sexto Piso, $250.