Foto: Lulú Urdapilleta

Laura García: del desastre de la muerte hay que crear vida

Ciudad

Durante el simulacro del 19 de septiembre, Laura permaneció en su casa, preguntándose si bajo otra circunstancia —con la radio encendida, entre el caos de la ciudad— escucharía los altavoces de la alerta sísmica. En la tarde, a las 13:14, las paredes se resquebrajaron y fue imposible permanecer más de unos minutos bajo el techo del departamento.

Parece que las situaciones límite catalizan la empatía.

En mi caso hubo varios níveles de conciencia: primero fue el entendimiento de la muerte. Yo estaba en un sexto piso y se trató de la ocasión en que más consciente fui de que podía morir. Así se siente la muerte. Entendí que en cualquier momento todo puede acabar. Eso es aterrador; te lleva al vértigo, a la preocupación, y te hace pensar qué papel tiene uno en la sociedad. Me pregunté por qué estaba aquí; me pregunté qué sentido tiene mi paso por este mundo. Si yo muriera, ¿mi vida habría servido para algo?

¿Qué escenas del 19S se grabaron en tu mente?

Mi edificio estaba entre otras dos construcciones. Tardé mucho en sacar de mi mente el golpeteo de los muros. Es un sonido característico: el ruido de lo que choca acompaña al silencio. Durante un tiempo soñé con el golpeteo.

Recuerdo el rostro de los vecinos cuando terminó el sismo; re- cuerdo el terror de muchas madres que justo iban hacia la escuela que está frente a la que entonces era mi casa. Ahí vi el pánico.

Mientras salía, se cayó la fachada de un edificio; ése fue el momento. Pensé: aquí empieza el caos, la desolación, la nada, el desconcierto… A la vez fue muy esperanzador verme viva, entera, caminando en la calle, sorteando vehículos y abrazando a gente con ataques de ansiedad. También recuerdo el momento en que se tapó la salida de un edificio con gente atrapada, y a las personas que corrían y sacaban piedras para abrirles camino. De repente, el caos volvía, y ahí estaban las sirenas de los carros, los helicopteros…

Ese instante de conciencia, cuando entiendes que acaba de suceder algo muy grave, golpea mucho.

Hubo mil escenas de abrazos que me derrumbaron y me hicieron sentir la realidad del miedo. A veces la gente me daba toallas, shampoo, ropa… Me encontré con personas que querían ayudarme y no sabían por dónde empezar: “¿Necesitas un colchón? Tengo cobijas. Tengo una moto”. Yo no sabía qué responderles: no me faltaba
comida ni una casa donde alojarme. “Necesito no necesitar”
fue la frase que pasó por mi mente.

Estabas en la colonia Álamos, ¿cierto?

Sí. Donde me encontraba tres edificios se rajaron, pero no llegaron a desplomarse. Más adelante, sobre la calle Galicia, hubo derrumbes y muertes. Cuando nos enteramos de esto, empezamos a dimensionar y nos preguntamos cómo habría sido en el Centro o la Condesa.

¿Sentiste la necesidad de hacer algo trascendente con tu vida?

Primero sentí un gran vacío. Durante 15 años ahorré para comprar ese departamento. Dije: “Dios, ¿qué voy a hacer ahora?”. Fue como estar frente a un precipicio y entender que no sirvió de nada mi esfuerzo. Sin embargo, el cariño de la gente que se iba acercando me mostró que durante todo ese tiempo construí relaciones humanas sólidas. Si esto hubiera sucedido cuando recién llegué a México, quizá me hubiera quedado sin nada, pero no fue así. Alguien me da la mano cada que caigo.

Me gustaría escribir respecto a lo que me pasó (aunque aún estoy muy bloqueada). No me siento segura de poder enfrentarme a lo que viví. En ese momento, tal vez para incitarme al desahogo, la catársis o la terapia, varios amigos me dieron libretas para escribir, pero no tuve ánimo. Todo fue confuso y no pude ordenarlo. No sé si algún día lo haré.

También pensé en ser madre. Es algo que nunca vi de una manera tan clara. En esa circunstancia entendí que del desastre de la muerte hay que crear vida. Primero reflexioné en lo bueno que era no tener hijos, puesto que me sentiría verdaderamente preocupada por ellos; luego vino ese segundo pensamiento. Todo es parte, supongo, de un proceso que abarca algo que en este instante no puedo englobar.  

Las personas me dijeron: “Estás viva”, y lo que yo pensaba era: “Sí, pero eso no basta”. Ahora entiendo un poco más el sentido de estar vivo: me caí, pero tuve la posibilidad de levantarme, mientras que a mucha gente la vida no le dio una segunda oportunidad. Lo agradezco en verdad.

También me dijeron que vendrá algo bueno. Seguro será así, pero en este momento me siento un poco de la chingada. A la par, me he vuelto más fuerte, aunque el golpe ahí sigue.