La mezcla cultural y la historia personal de Lila Downs son formas de explicar su sonido inconfundible. De padre estadounidense y madre oaxaqueña, creció entre Minnesota y Tlaxiaco. Estudió antropología allá, pero su tesis fue sobre textiles triquis de la región Mixteca. Además de su estilo para componer e interpretar, como ícono pop tiene una forma muy especial de vestir. Tanto que, en la escuela de diseño de la Universidad de Aguascalientes le pidieron ser la inspiración para una generación de alumnos. El día de la entrevista luce un chaleco de cuero sintético decorado con flores y flequillos: fue la prenda que ganó el primer lugar en el concurso interno de la escuela. Lo combina con una falda blanca bordeada con encaje, larga detrás, corta enfrente. Para ella, la ropa también es una forma de luchar contra el conservadurismo. “Yo creo que todo el arte es político. Pero hay momentos en que la gente no quiere saber nada de eso… entonces pues mejor ponerse una minifalda y ya, jaja. Las mujeres tenemos nuestras armas también”, dice.
Downs prefiere mantenerse al margen de temas explícitamente políticos. Dice que su aportación para hacer un cambio positivo está en el arte. También financia el Fondo de Becas Guadalupe Musalem, que le ayuda a mujeres indígenas de escasos recursos a continuar sus estudios. Y sabe que el simple hecho de ser una figura femenina fuerte, una band leader, que a pesar de enfrentarse con los egos de sus músicos se ha mantenido enterita a lo largo de veinte años de carrera, es un pronunciamiento en sí mismo. “Todas nosotras somos hijas del feminismo. Hay que irle perdiendo el miedo a la palabra, hay que entender de dónde parte. Nosotras no podríamos votar ni ponernos pantalones si no fuera por el feminismo”.
Lila está casada con el músico gringo Paul Cohen. La pareja adoptó a Benito, que ya tiene cinco años. Hasta hace poco vivían entre Nueva York, Oaxaca y la Ciudad de México, pero ahora ya se instalaron acá. “Dejamos Nueva York, ¡está muy caro! Además Paul se enfermó y decidimos tomarlo con más calma, darle un breakcito”. De allá, Lila dice extrañar la multiculturalidad y a las mujeres: “Las que vamos a vivir allá estamos buscando algo y tenemos que ser fuertes. Hay una complicidad muy linda, única en el mundo”. Pero dice que al DF no le duele nada. “Es una ciudad muy civilizada. Eso le da risa a la gente cuando lo digo, ¡pero es la verdad! La gente es muy civilizada, muy respetuosa; además aquí puedes conseguir comida y cultura de todos los rincones de este maravilloso país”.
En su más reciente disco, Balas y chocolate, viene una canción llamada ‘Mano negra’, inspirada en el Templo Mayor. “La escribí en parte por lo que está pasando en las noticias, por esta narcorrealidad; en parte buscando respuestas… creo que buscaba también irme al Templo Mayor y pensar en los guerreros de nuestra raza, de nuestro orgullo, y no olvidarlos”. No sólo esa rola toca el tema: el álbum es un homenaje al Día de Muertos. “Yo vengo de una familia que es en parte indígena, para mi madre es muy importante convivir con nuestros difuntos en Día de Muertos: hay que empezar a tostar todos los chiles desde días antes, para que el día primero en la mañana estén el mole, el café y el chocolate calientito en el altar. Y yo creo que eso no es nada más en mi tierra, en todos los rincones del México profundo eso sobrevive”.
La gran presentación de Balas y chocolate será el 1 de noviembre, el mero Día de Muertos, en el Auditorio Nacional. Los boletos ya están a la venta. Mientras, hay que irse aprendiendo las rolas del disco para cantarle a la muerte, la cual, según Lila, viene muy fuerte en nuestro ADN.
(Tamara De Anda)