–Sándwich de mayonesa con embarradita de jamón y una rebanada de jalapeño. El típico de las tienditas o de las estaciones de Metro. Es lo más triste del mundo pero te hace un paro cuando ya se te hizo tarde y quieres desayunar.
–Azúcar con café. Ajá, según el café es una bebida, pero cuando le echas cuatro cucharadas de azúcar y cuatro más de sustituto de crema, ya tiene valor nutricional, ¿no? ¿NO? ¡¿Cómo que no es una comida completa?! ¡¿Cómo que estoy gritando?!
–Coctel de frutas con una montaña de chantilly. Básico del compañero de oficina que quiere adoptar una vida saludable. “Escuché en el programa de Martha Debayle que había que comer mucha fruta, ¡no entiendo por qué no bajo de peso!”.
–Pastel de cumpleaños. Lo mejor de trabajar en una oficina es que siempre que alguien cumple años, se arma la coperacha para ir a comprarle un pastel. ¡Mordida, mordida! Y cuando sobra, te lo llevas a casa entre dos platitos de plástico.
–Sopa aguada. La puerta de entrada a cualquier comida corrida y el coco de los nutriólogos, ¡nada como una sopa de letras, bolitas, plumas u otras divertidas figuritas de pasta! Hay que echarle harto limón y una cucharada de salsa.
–Taco de cajuela. Qué food trucks ni qué nada, ¡ésta es la comida itinerante por excelencia! Ahí donde la delegación no dio permiso de poner un puesto, llega un emprendedor con su cajuela llena de tacos.
–Alitas. El platillo que por excelencia acompaña las chelas del juevebes o del beviernes; el alimento más esperado de la semana, el que anuncia que ya mero es el fin de semana. Además, puedes hacer competencia para ver quién come más alitas ultrapicantes.
–Milanesa. No importa si viene en un tóper desde la casa, si es el plato fuerte de la comida corrida o si la pides dentro de un sándwich o una torta, es la fuente de proteínas favorita de quienes pasan ocho horas en una oficina.
(Tamara De Anda)