Los cementerios son, usualmente, lugares nostálgicos y silenciosos, pero pocos saben que día tras día varias personas se internan entre las miles de tumbas del Panteón Civil de Dolores para cumplir con su trabajo, que va desde la vigilancia hasta el entierro que cadáveres
Fuera de su obvia función e importancia, el Panteón Civil de Dolores, ubicado sobre avenida Constituyentes, tiene un gran valor histórico para la Ciudad de México, pues además de ser el más grande de la capital, en sus tierras descansan los restos de grandes personalidades como José Guadalupe Posadas y Diego Rivera.
Abierto al público desde 1882, este panteón es considerado como uno de los más viejos de la capital, y entre sus tumbas se han forjado miles de historias, no sólo de los cuerpos que ahí descansan sino de las personas que pasan sus horas entre las lápidas, ganándose la vida a partir de la muerte, irónico, ¿no?
“No me gusta sepultar niños”
Israel Cancino Nicolas, el encargado de la limpieza, nos llevó a un recorrido por las zonas más ocultas del panteón mientras nos narraba sus experiencias, pues además de dedicarse a limpiar también se ocupa de enterrar gente, actividad que a veces le cuesta un poco de trabajo. “No me gusta sepultar niños, porque ves la cajita y… aunque uno esté acostumbrado… eso sí pega”, explica cabizbajo.
Nos contó varias leyendas que todos los trabajadores conocen, y que algunos más han tenido la “fortuna” de ver. La primera, y la más popular, tiene como protagonista a un angelito que adorna una tumba familiar. “Dicen que en las noches se baja a jugar en el jardín, tengo un compañero que, dice, una vez el angelito se bajó y lo correteó pegándole con una vara”.
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Más adelante se encuentra el lote de los panaderos, la zona más oculta de todo el panteón. “Nunca he visto nada. No sé si sea por que es el más alejado pero este lote como que sí tiene mala vibra… dicen que en la noche se escuchan gritos”, nos explica Israel mientras mira detalladamente cada tumba del lote.
A pesar de no haber visto ningún fantasma durante los 18 años que ha estado ahí, sí hubo un muerto que dejó a Israel un recuerdo de por vida. “En una ocasión iba yo a sepultar, íbamos a sacar un cuerpo y cuando llegamos a la caja y la abrimos vimos que el cuerpo estaba completo, como si tuviera días de ser sepultado y ya habían pasado 30 o 40 años que había sido enterrado”, explica mientras nos asegura en repetidas ocasiones que jamás podrá olvidarlo.
“Le tengo más miedo a los vivos que a los muertos”
A pesar de estar rodeado de tumbas, y que por algún tiempo realizó rondines nocturnos por todo el panteón, Arturo Rodríguez, jefe de vigilantes, no teme a los muertos, pues quien a él le causan problemas son los vivos. “Le tengo más miedo a los vivos que a los muertos. Siempre ha pasado que llegue gente en la noche y se quiere pasar. Unos porque andan cotorreando y otros porque han escuchado que de las tumbas salen luces. Pero hasta para despedidas de soltero han querido meterse”, explica.
Tal como la mayoría de los trabajadores, durante sus primeros días de trabajo tuvo con miedo. “Algunos vigilantes durante las primeras veces que venían traían con qué protegerse. Teníamos un vigilante que traía sus chacos para defenderse, pero una vez le lloró un niño a las 12 de la noche y corrió todo lo que pudo”, confiesa entre risas.
A pesar de todas las buenas o malas experiencias que pudo haber tenido (causadas por gente viva) le gusta su trabajo. Al principio sólo quería quedarse tres meses pero por azares del destino ya lleva 32 años en el cargo. “Me gusta el panteón, te da una tranquilidad enorme”.
“La fosa común es el trabajo más impresionante de todo el panteón”
Ha sido encargado oficial de la fosa común por más de 15 años, y para el señor Israel es el trabajo más pesado de todos, no por su dificultad sino por lo que uno llega a ver. “La fosa común es el trabajo más impresionante porque luego tenemos alguna “prematura”, que es cuando vienen a reconocer cuerpos que ya tienen meses en la fosa, y tenemos que remover muchos cuerpos”, detalla.
A pesar de haber visto ya muchas cosas en todos estos años, fue un hombre en especial que, después de morir víctima del terremoto de 1985, marcó la vida de don Israel, pues literalmente lo siguió por mucho tiempo.
“En el 85 me pasó algo que no se olvida tan fácil. Trajeron un cuerpo en una camioneta, cuando lo jalaron se le abrieron los ojos y se me cargó. Dilaté tiempo para que se me fuera retirando, tuve que ir a ver al padre para pedirle un consejo porque cuando llegaba a casa lo miraba a los pies de mi cama, me volteaba y lo veía por otro lado. Le hice una misa y ya se me retiró”, explica el hombre.
Ya han pasado varias décadas desde la primera vez que pisó el cementerio; sin embargo, hay sentimientos que jamás desaparecen como el orgullo de trabajar en el panteón más grande y viejo de la Ciudad de México, o la tristeza de cada entierro. “Cuando empecé a sepultar me entró el sentimiento porque ve uno llorar a las personas, sobre todo los niños porque son a quienes de verdad se les muestra mucho cariño cuando son sepultados; los niños tienen los sentimientos más sinceros”, concluyó.
(Fotos: Karla Almaraz)