No podemos hablar de pulque sin mencionar a La Hija de los Apaches, y tampoco podemos hablar de esta emblemática pulquería, sin mencionar al Pifas y los habitantes de este folclórico lugar.
La colonia Doctores se caracteriza por tener entres sus calles verdaderos tesoros para nuestra cultura, tal es el caso de la pulquería la Hija de los Apaches, especializada en vender el llamado “néctar de los dioses”, ya sea de manera natural o en alguna de sus variantes, por ejemplo los curados.
La propuesta es verdaderamente amplia, están los clásicos de avena, mango, apio, guayaba, fresas con crema, piñón, jitomate, guanábana y cajeta.
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Aunque esta casa, marcada con el número 149 de la calle Doctor Claudio Bernal, vio nacer otras deliciosas creaciones del Pifas, como el Talina Fernández, el Púas: fuerza vigor y puntería, Baticurado, Viagra, Burro, P2 y el Hawaiano.
Encabezándose como favorito está el Bicentenario, podríamos asegurar que es de yogurt, aunque los habitantes guardan celosamente la receta.
Una característica del lugar es la decena de carteles que se encuentran pegados en la pared, todos con el rostro del Pifas. El creador es Rubén Ramírez, y se inspiró en el pop art.
Pero conozcamos más de las glorías de este lugar a través de sus habitantes:
El Pifas, siempre en guardia
Epifanío Leiva Ortega, mejor conocido en el mundo pulquero como el “Pifas”, tiene más de 70 años dedicándose a este negocio. Nació en el barrio de Santa María la Ribera, donde los problemas se arreglaban a trompadas. Tal vez de ahí salió su gusto por el boxeo, mismo que desempeñó y que le trajo otros como la fiesta en donde conoció el pulque; con el tiempo el pugilismo le fue decepcionando y comenzó a buscar otro trabajo.
“Fueron varias las pulquerías en donde estuve, lo hice lavando vasos, platos y limpiando pisos, poco a poco me gané la confianza de mis patrones, quienes me enseñaron a preparar el pulque”, recuerda.
En la década de los 70, este hombre alto, cabellera blanca y voz fuerte, comenzó a trabajar en la Hija de los Apaches, en ese entonces el negocio se encontraba situado en otro punto, gracias a su simpatía los clientes de las pulquerías en donde trabajó anteriormente lo empezaron a seguir.
Después de tantos años en el negocio, el “Pifas” tiene muchas anécdotas que contar, como la vez que “unos jóvenes se conocieron en la hija vieja, con el tiempo se hicieron novios, después se casaron y vinieron a hacer la pachanga aquí”. Dice sentirse satisfecho por el respeto que le tiene la gente y que gracias a ello no hay pleitos en el lugar, ahora ya no se encarga de servir ni realizar los curados, lo hacen sus hijas, mientras el “Pifas” anda de mesa en mesa, saludando o platicando con los asistentes.
De la milpa a la Hija…
Otra de las estrellas del lugar es Lau, la hija del Pifas, quien con una sonrisa recuerda cuando su papá llegaba de la Merced cargado con todo para preparar los curados, ella, en compañía de sus hermanas, ayudaban a pelar el jitomate, lavar la fruta y rallar el coco.
De esa época tiene recuerdos muy divertidos, le tocaron los tiempos en que las pulquerías y las cantinas estaban divididas en dos secciones, una para los hombres y la otra para las mujeres. “Las señoras con trenza y mandil se iban bien borrachas porque tomaban pulque blanco”, pero eso quedó en el recuerdo, ya que “ahora los chavos conviven con las chavas”.
Lau cuenta que de las nuevas generaciones que vienen a la Hija los Apaches, los que más aprecian esta bebida son los extranjeros, sin embargo recordó que también “hay chicos que venían con sus abuelos y ahora vienen ellos para seguir con la tradición”.
La hija de los apaches también ha servido de escaparate para que los jóvenes presenten propuestas artísticas, tanto en la música como el la literatura: “mi papá le brindó el espacio a escritores como Armando Jiménez para que presentará sus libros”.
Entre sus anécdotas, está la vez que Silvia Pinal fue por sus curados, aunque mandó a su chofer, con una gran sonrisa recordó que pidió de avena y guayaba.
Ahora Lau se encarga de hacer los curados y servirlos. Nos contó parte de su secreto para que le queden tan ricos es “hacerlo con amor, de esa manera te queda mejor y sabes que le agrada a la gente , parece mentira, pero le tienes que poner mucho cariño a las cosas”.
De la barra a tu mesa
Entre risas y mucha prisa, él va de mesa en mesa pidiendo la orden, porta una bermuda gastada y una playera blanca que tiene un estampado muy particular, parece ser la imagen de una famosa cadena de pollos, pero no, es una adaptación con la cara del dueño del lugar.
César no es el característico mesero alineado con camisa blanca y pantalón negro, más bien viste de manera muy relajada, y prueba de ello es su barba crecida y su abundante cabellera con rastas, que apenas logra detener con una liga. Este legendario habitante lleva 15 años trabajando en la Hija de los Apaches, en ese tiempo le ha tocado ver de todo, desde separar pleitos y hasta ser el cupido de algunas parejas.
Su jornada de trabajo comienza a las 12 del día y termina a las 22 horas, él se encarga de llevar hasta las mesa esta sagrada bebida, asegura que nada de lo que hace de su trabajo le desagrada y eso que también hace otras chambas, “aquí hacemos de todo, limpiar mesas, pisos, baños y tarros”.
Comenta que dentro de sus prioridades está “el dar un buen trato, para que los chavos siempre regresen”, además aseguró que el público es variado “le he servido a boxeadores, licenciados… de todo”. Por las propinas ni se queja, ya que le ha tocado uno que otro dadivoso, y recuerda la vez que un cliente le dejó 200 pesos.
Las botanas del Mixteco
Y qué sería de nosotros sin los vendedores de botanas, seguro nos emborracharíamos con más facilidad o no tendríamos con qué acompañar nuestras bebidas.
Apenas habla español, pues su lengua nativa es el mixteco, viste un pantalón verde y camisa a rayas. Pasa de mesa en mesa pregonando “cacahuates, pistaches, chito”, aunque en su canasta también hay huevo, tamarindo y pepitas.
El Mixteco conoció al Pifas por allá de 1985, quien desde entonces le permitió vender sus productos en la pulquería. También comentó que no le hace el feo al pulque y que de vez en cuando se echa uno: “me gustan los curados, pero lo prefiero natural”.
Vigilante
Como si fuera maestro de jardín de niños, Lorenzo González es el encargado de poner un sellito en la muñeca de los asistes. Según comenta: “de esta manera llevo un control de las personas que entran, y de que en sus pertenencias no pasen armas ni drogas”.
Porta uniforme color beige con rayas café, es serio, apenas se limitó a responder lo que le preguntamos, en eso llegó una bolita de amigos con la intención de entrar al lugar y con la seriedad que ya te anticipamos comenzó la revisión.
A pesar de que da la sensación de ser alguien poco amigable, tampoco es que se tome el papel de cadenero de antro, pues asegura que a las únicas personas a las que les ha prohibido la entrada es a los menores de edad, sin embargo nunca ha tenido problemas, aunque se llegan a molestar, pero simplemente se van.
(Foto: Lulú Urdapilleta)