Ir al cine ha dejado de ser una experiencia agradable. Además de la paupérrima oferta, las películas anunciadas con un millón de meses de antelación que no cubren la expectativa que generan, el cine europeo gringoide y los obscenos precios por ticket…, ¡están los insoportables 20 minutos de comerciales que anteceden a cada función! El domingo en Cinépolis: Primero ponen un comercial de una cadena de noticias que trata al espectador como tarado. Dicen algo así como: “Tú no puedes estar en todos lados, ¿o sí?”. Haciendo gala de su aparente don de la ubicuidad prometen noticias al día y al momento. Cuando decidí ir a ver Don Gato 2 no pensé que harían tanto énfasis en el hecho de que no soy omnipresente. Es feo, vaya. Luego pasaron un spot en el que Grupo México nos cuenta, entre paisajes de un México ignoto, que ha obtenido por los próximos 100 años la licencia de administrar las vías de ferrocarril en toda la nación. ¿100 años? Todos los que estamos viendo este comercial estaremos muertos cuando acabe ese contrato. Me sentí como las risas grabadas de un sitcom cancelado. Yo quería ver a Benito Bodoque y ahora me atosiga un recordatorio de mi inminente muerte. Prosiguen varios comerciales de autos. Dificilísimo diferenciar uno del otro. Impera la promesa de salir huyendo. Luego un comercial que involucra Minions. Me tienen harto esos pigmeos. Hace algunos años uno no podía salir de su casa sin toparse involuntariamente con una Marilyn Monroe.
Luego pasan tres tráilers de cintas lacrimosas. Uno con cameos de Meryl Streep, uno de nazis y uno al que cuesta trabajo prestarle atención. Todos basados en hechos reales. Chale, se aproxima peligrosamente la fase de premios Oscar, esa etapa del año en que Hollywood se acuerda de que los espectadores tenemos alma.
Por fin empieza la película. En la lenta trama de dos horas y cacho todo vale madres anticlimáticamente. Ir al cine ha dejado de ser una experiencia agradable.