Una de las falacias más comunes en torno a la creación cinematográfica es la que establece que para filmar una buena cinta se requiere también un presupuesto voluminoso. No hace falta más que recordar las películas superheroicas de presupuestos descomunales o los millones de dólares en torno a los que se construyen los refritos cinematográficos de monstruos célebres para ver que un presupuesto generoso no es garantía de nada y que, en el caso inverso, una carencia monetaria tampoco implica que el resultado forzosamente sea burdo o despreciable.
Es verdad que ciertas películas requieren una mayor maquinaria presupuestal (si tienes dos millones de dólares y quieres filmar una secuencia de diez minutos en la que Iron Man cierre un portal dimensional con una bomba atómica, tal vez el resultado no sea tan vistoso como esperas); sin embargo, lo único verdaderamente indispensable para que una cinta funcione es inteligencia —tanto en la escritura del guión como en la habilidad del director para aprovechar su generoso presupuesto o sortear la ausencia de éste—. Se dice fácil, pero la inteligencia verdaderamente sobresaliente es un lujo invaluable y por demás escaso.
Por otro lado, también esa noción preconcebida de que la falta de dinero veta ciertas temáticas y géneros es la que ha sumido al cine mexicano durante años, o más bien décadas, en una reiterativa manufactura de cine citadino de bajo presupuesto. ¿Cómo vamos a filmar una película de ciencia ficción con diez millones de pesos? Mejor ensamblemos una historia citadina que hable sobre la lucha juvenil contra las drogas, la corrupción o el amor incomprendido, y aspiremos a lo que aspiran el 90% de las películas que se producen en México: al olvido.
Es por todo lo anterior que resulta emocionante ver una cinta del joven director mexicano Isaac Ezban: un cineasta que no ve más que retos narrativos en las carencias presupuestales y técnicas; por lo que ha apostado por llevar a la pantalla historias conceptualmente ambiciosas de géneros poco explorados en el panorama fílmico mexicano.
Si sacamos la caja de las etiquetas cinematográficas, Los Parecidos es una película de horror minimalista, pero también un murder mystery al más puro estilo de Agatha Christie, y tal vez incluso, vista desde otra perspectiva, también una cinta de superhéroes cuyo supervillano es el cruel e implacable destino de México.
Un grupo de personajes se encuentran atrapados por la lluvia en una estación de autobuses en la madrugada del 2 de octubre de 1968. De variopinta procedencia, los personajes comienzan a notar que, con el paso del tiempo, sus cuerpos empiezan a mutar, adoptando gradualmente la forma de uno de los presentes. El pánico y la imposibilidad de escapar de la estación devienen en un estupendo thriller que en todo momento se escabulle por derroteros impredecibles y que, por instantes, se antoja como un remake de El ángel exterminador de Luis Buñuel, adaptado por los mejores guionistas de The Twilight Zone.
Filme de ejecución sencilla, pero de gran complejidad narrativa (piensen en la dificultad asociada a mantener el interés del espectador durante hora y media en una película que sólo cuenta con una locación), Los Parecidos es un notable triunfo del cine independiente mexicano. Cuenta con sólidas actuaciones y, a pesar de tener algunos detalles cuestionables –como el uso de una desafortunada voz en off, la sobreutilización de filtros para “avejentar” el aspecto visual de la cinta o algunos cabos sueltos en su desenlace–, es testimonio irrefutable de la gran habilidad imaginativa y técnica de Ezban, quien consigue elaborar una rica alegoría social (en parte mexicana y en parte universal) sobre el significado de la identidad en una sociedad que aparentemente celebra la individualidad, pero que en el fondo está aterrada de ella.
La primera vez que supe de la existencia de Isaac Ezban fue por su cortometraje Cosas Feas: un delirante retrato familiar que ganó fama tras los elogios de Guillermo del Toro. Ahora, casi siete años después, con dos largometrajes notables bajo el brazo y a punto de estrenar el tercero, me queda claro que Ezban es uno de los pocos directores mexicanos que tienen el atípico don de la inteligencia.