Ocho micromachismos que pasan todos los días en el transporte público, en la escuela, en el trabajo y en muchos lugares más de nuestra querida Ciudad de México, pero que seguramente muy pocos sabían que son machistas
Machorear
Versión chilanga del verbo mansplaining: explicar de forma condescendiente a las mujeres cosas que ellas ya saben. No faltan los machos que insisten en imponer, por ejemplo, su versión del embarazo.
Los vagones
Por más que pongan letreros que indican las áreas exclusivas de mujeres, hay hombres que quieren a fuerza ir en ellas. Han de creer que hay champaña, aire acondicionado o que ahí ni empujan.
Patiabrirse
La versión local del manspreading, es decir, sentarse con las piernas abiertas. En el Metro llegan a ocupar dos asientos. Y si hay una mujer junto, ella tiene que moverse para evitar contacto físico.
La cuenta
Si una chava intenta pagar, su date hará todo por impedirlo. No ayuda que los meseros se la den siempre a él. Sin embargo, luego irá a quejarse de que las mujeres exigen igualdad pero no pagan.
El garrafón
Dicen los machistas que “mucha igualdad hasta que es hora de cargar el garrafón”. Creen que su fuerza física es lo único que pueden aportar, así que lloran cada vez que una mujer adquiere un filtro.
Piropear
Los machistas creen que gritarle “¡Mamaceeeeta!” en la calle a una mujer es un derecho. Ahora que es falta administrativa, juran que la especie humana se va a extinguir. Pobres criaturas.
El asiento
Las jóvenes que no tienen ninguna discapacidad viajan sin problemas de pie, aunque trabajen dobles jornadas. Pero los machilangos juran que se aferran a ellos con el fanatismo de Golum.
“Cosas de mujeres”
Los machilangos creen que si planchan, lavan platos o cosen un botón se volverán ¡!@#%. También si comen un cupcake, salen a la lluvia con paraguas o usan crema. Ay, qué frágil es la masculinidad.