La historia donde mueren los amigos y sobrevive el necio
Ruin y canalla son sinónimos del que es miserable, del necio que, borracho, insiste en manejar. No sé cómo llamar a quienes aceptaron subirse a aquel hermoso auto blanco que se convirtió en carroza fúnebre y que manejaba un ebrio. Karla, Roberto, Ivonne, Luis Fernando y Carlos, el chofer. Ellos estaban en Polanquito echando unos tragos. Pasadas las tres de la mañana, según versiones, Karla dijo que se iría a descansar y Carlos se ofreció a darle un aventón. Los demás se unieron al plan. Todos iban briagos, según los peritos.
¿Qué sucede en la mente de un borracho cuando insiste en manejar su auto? ¿En qué momento, de qué lugar recóndito de nuestra conciencia surge esa voz que nos ordena “No manejes”? ¿De dónde sale esa voz fatal que nos dice “Sí, maneja”? Maldita la voz que dijo “Súbete al coche que manejará un borracho”.
Desde Paseo de la Reforma, la carroza comenzó a volar. Carlos alcanzó 100, 120, 130, 160, 190, casi 200 kilómetros por hora. Rápido y furiosamente necio.
¡¿Por qué no se encontraron un maldito alcoholímetro?! ¡¿Por qué los del valet parking le entregaron la llave a Carlos?¡ ¡Carajo!
Lieja y Reforma fue el cruce, la cruz vial, donde la carroza detuvo su meteórica marcha. El coche se partió en dos porque se estrelló contra un poste fuera de lo común. Según la indagatoria FCUH/CUH-5/UI-1S/D/689/03-2017, ese poste no se parece a los demás de esta ciudad, porque es uno en desuso pensado para transportes eléctricos y que tenía un grosor especial por la naturaleza del material del que estaba hecho. Un poste capaz de partir en dos cualquier automóvil.
Karla salió proyectada de la carroza. A tan solo una cuadra de donde iba a terminar el raid. Ella era huérfana de padre y con su hermana se hizo cargo de la familia vendiendo joyería para pagar la colegiatura de su licenciatura en Gastronomía; acababa de encontrar empleo en la Secretaría de Hacienda y planeaba su boda para finales de este año. Luis Fernando era su mejor amigo. A Ivonne y al ingeniero Roberto tal vez los conocieron esa noche. Los cuerpos de los cuatro quedaron tendidos en la acera de Paseo de la Reforma. Destrozados.
Carlos resultó apenas con unos raspones. Así comenzó su otra vida, la que dicen los paramédicos inició después de sobrevivir a semejante choque. ¿O renació? ¿Y los demás por qué no renacen? Si lo hicieran, seguro optarían por regresar a casa caminando, en taxi, en el coche de alguien más. Carlos despertó en una camilla rumbo al hospital y se negó a las pruebas de alcoholemia y otras drogas. Ya había sido remitido al Torito en el 2009 por manejar pedo y orinar en la calle. Tiene 33 años de edad, es egresado de la Universidad Iberoamericana y administraba una empresa de seguridad privada, propiedad de su padre.
Ahora Carlos es acusado de homicidio culposo agravado. ¿Qué significa eso? Homicidio es el delito de matar; un homicidio culposo es cuando no se pretendía la muerte, pero se cometen acciones que la provocaron, por ejemplo: pasarse un alto, jugar con una pistola o manejar a casi 200 kilómetros por hora en esta ciudad. El apellido “agravado” de este delito es por manejar en estado de ebriedad. Carlos podría alcanzar hasta 20 años de prisión. Las familias de los cuatro jóvenes que murieron no quieren otorgarle el perdón: “Queremos hacer conciencia en la ciudadanía, que haya justicia para las cuatro familias”, fue lo que declaró a un periódico mexicano Paloma, hermana de Karla.
Me intriga saber si tras conocer esta historia algún necio dejará de ser miserable y evitará manejar ebrio.
(Foto: Cuartoscuro)