El mar queda muy lejos de la Ciudad de México y ahora ya ni siquiera montan playas artificiales durante la primavera, ¡buuuuu! Por eso, la mayor parte de los chilanguitos ve como una experiencia lejana eso de revolcarse en la arena, enterrar a sus hermanos e intentar hacer castillos. A menos que no les importe la ausencia de un cuerpo acuático y vayan al arenal del Ajusco.
Este lugar, creado por nada más y nada menos que La Naturaleza (que también ha puesto su granito de arena –muchísimos, en este caso– para que tengamos la ciudad más loca y maravillosa), es una pendiente de arena volcánica color pantalón-de-mezclilla-negro-deslavado, de textura fina y no pegostiosa. No se hace lodo, no empaniza ni ensucia la ropa. Por generaciones ha sido un lugar para ir a pasear, jugar y disfrutar de la impresionante vista de toda la ciudad. ¡Hasta los perros se la pasan increíble!
Además de los paseantes casuales, los deportistas que practican sandboarding vienen aquí a resbalarse a toda velocidad. Dicen que, cuando llueve, la arena les funciona todavía mejor.
El arenal del Ajusco está en el kilómetro 3 de la carretera México-Ajusco (hay que agarrarla por ahí del kilómetro 25 de la Federal a Cuernavaca), en el pueblo de Magdalena Petlacalco. Recientemente empezaron a cobrar la entrada (a 10 pesos) y pusieron baños, por aquello de la gente que se creía gatito y hacía ahí nomás en la arena.