Visitar esta colección es una experiencia extrañísima desde que entras por el mismo acceso que los pacientes del Hospital General y te internas en los laberínticos pasillos del complejo médico.
Cuando al fin das con el Museo de Patología, te encuentras rodeado de vitrinas que parecen sacadas de una película de terror. Algunas con cerebros que tienen forma de alien o que están llenos de hoyitos por los cisticercos, vesículas con cálculos que parecen esquites, tumores que lucen sospechosamente como rebanadas de jamón.
Hay órganos en condiciones rarísimas, como el estómago peludo (pero peludo en serio, como un perrito), producto de un trastorno mental que hace que la gente se coma compulsivamente su propio cabello. Si no eres médico, te enteras de un montón de enfermedades que no sabías que existían, y si eres aunque sea un poquito hipocondríaco vas a sentir que las padeces todas.
Como en todos los museos de este tipo, hay una colección de fetos en sus diferentes etapas de gestación. Lo raro es que tienen un invitado especial: una mulita nonata.
El salón donde son exhibidas estas entrañas no está en un sótano ni en un pasillo oscuro: es un espacio bien iluminado rodeado de jardines. Eso facilita las cosas para los susceptibles a espantos y malviajes. Y lo feo de las tripas expuestas es directamente proporcional a lo interesantes que son.
El museo se creó hace poco más de cuarenta años, cuando no había tanta discusión ética ni legal sobre si se vale o no exhibir al público cachitos de una persona. Pero el fin del lugar es la divulgación científica y la investigación, no que uno llegue de morboso, así que no hay problema.
El Museo de Patología está dentro del Hospital General Eduardo Liceaga, en Dr. Pasteur y Dr. Balmis. Lo puedes visitar de lunes a viernes entre 9 y 14 h. La entrada es gratuita, nomás acuérdate de llevar una identificación.