Por un lado da cierta tranquilidad que la música de Palma Violets sigue sonando a borrachera en pulquería: caótica y divertida (bueno, a eso le suena a este reseñista.. Supondré que en su lugar de origen, el barrio de Lambeth, en Londres, les sonará a juerga en un pub lleno de gente joven tomando de cerveza y sidra barata).
Estamos ante canciones que parecen sostenidas con alfileres, que en cualquier momento se podrían derrumbar y, sin embargo, salen a flote gracias a que tienen melodías memorables, carismáticas: perfectas para ser cantadas abrazando a los amigotes a altas horas de la madrugada. Hasta ahí todo bien.
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Detrás de la consola estuvo John Leckie, uno de los productores mas experimentados y exitosos en la historia del rock inglés, poseedor de un currículo deslumbrante que incluye a Radiohead, Muse, Stone Roses y The Fall, entre muchos otros. Pero como los mismos Violets han declarado en entrevistas, “No existe ningún productor que nos pueda hacer sonar profesionales”, lo cual debe agradecerse. Su inocencia y su exuberancia juvenil llena de hormonas están intactas.
Lo malo es que hay varios momentos a lo largo de este segundo disco en los que los Palma Violets siguen siendo —como en su primer disco— una torpe caricatura de The Libertines. En otros parece que están calcando a The Clash. Se vale tener influencias ¿Quién no las tiene? Pero por favor, sin tanto descaro. Estamos ante un grupo que sería mucho mas emocionante si se preocupara por ser un poco mas original. La materia prima, las canciones, ahí está. Sus integrantes son tipos encantadores que ofrecen conciertos épicos. Solo tienen que encontrar su voz como grupo. De eso depende su futuro.
(Rulo / @ruleiro)