Hay quienes dicen que la tierra en la que vivimos tiene efecto sobre nosotros. Que es capaz de marcar nuestro destino y que su historia es nuestra historia. Dicen que la energía de aquellos que han habitado antes los lugares que ahora son nuestros permanece por mucho tiempo y que así se explican ciertas tragedias o algunos golpes de suerte.
De eso trata Tierra hundida, la segunda novela del joven escritor estadounidense Patrick Flanery. Uno de los protagonistas de la historia es Paul Krovik, un empresario convencido de levantar una serie de casas residenciales en una ciudad sin nombre del medio oeste norteamericano.
El proyecto, que en un principio contemplaba 200 casas, termina en 21. Y es que las deudas y una serie de malas decisiones (como la utilización de malos materiales, que conducen a demandas por parte de los compradores) llevan todo a la quiebra.
Lo que Krovik no sabe es que en ese mismo lugar, hace casi un siglo, un grave conflicto racial terminó con la muerte de muchas personas, entre ellos los dueños de la casa principal, que sigue en pie, quienes fueron colgados de un árbol que fue tragado por la tierra.
Ahogado por las deudas, abandonado por su esposa y sus hijos, Paul se ve obligado a subastar la casa. Los “afortunados” compradores son Julia y Nathaniel Noailles, una joven pareja con un hijo de siete años llamado Copley, quienes han decidido abandonar Boston en búsqueda de un lugar más tranquilo.
Pero Paul no planea dejarse vencer tan fácil. Esa casa es un sueño que tiene desde pequeño (su gran“sueño americano”) y nadie se lo va a arrebatar. Así que decide esconderse en el refugio secreto que tiene la casa y desde ahí trabaja en cómo deshacerse de los Noailles. Un plan que incluye mover los muebles del lugar y rayar las paredes con crayolas, como si hubiese un fantasma.
Tierra hundida
Patrick Flanery
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2016
359 páginas, $476