Después de dar una de las conferencias más exitosas de Jalisco Campus Party, nos reunimos con Denise Dresser para platicar de uno de sus grandes amores: la Ciudad de México
“Yo espero ser profesora en el ITAM hasta el día que me muera, que me saquen de ahí en camilla a los 95 años”. Denise Dresser repite esta afirmación en casi todas las entrevistas que da, y ésta no es la excepción. Por eso es fácil imaginarla eternamente dentro de un aula, o en su oficina, rodeada de libros, alimentándose nada más de ellos. ¡Pero no! Para empezar, muchas de sus clases son fuera de la escuela: se lleva a los alumnos a un museo o al cine. También se da sus escapadas por capuchinos fríos con tapioca a un café que está enfrente de la universidad, o a almorzar al San Ángel Inn o a la Trattoria della Casa Nuova. Dice que le encanta comer bien, que conoce los mejores restaurantes de la ciudad y que su favorito es Dulce Patria.
Denise nació aquí, y aunque pasó su primera infancia en Estados Unidos, a los siete años volvió al DF. “Siempre he dicho que amo a la Ciudad de México con amor perro”. Camina y anda mucho en bici: por gusto y, como politóloga y activista, por convicción. “Hay una correlación científicamente comprobada entre banquetas amplias y limpias y democracia participativa. En la medida en la que uno camina por la ciudad, se apropia de ella. Si yo fuera Jefa de Gobierno del DF, lo primero que haría sería remodelar todas las banquetas de la ciudad para obligar a la gente a caminar. Porque cuando caminas te das cuenta de la basura, del tráfico, de la inseguridad, y te entra el deseo de transformar esa realidad. Reapropiarte de la ciudad es un acto político en el que todos deberíamos participar, por eso ando tanto en bicicleta, aunque te juegas la vida al hacerlo”.
Con más de un millón ochocientos mil seguidores en Twitter, y siendo mujer con ideas de izquierda, Denise tiene haters para aventar pa’ arriba. Dice que la acusan de ser una “activista de sofá”, que la descalifican por “burguesa” y hasta por vestirse bien. Para ella, esas críticas “revelan un prejuicio de clase muy enraizado y muy tóxico para este país, que presupone que porque uno es de clase media o clase media alta, no tienes derecho o credibilidad para tener conciencia social o involucrarte en los grandes temas de tu época. Si ser de clase media y ser educado y ser culto es un descalificativo, pues Lincoln jamás hubiera sido presidente de Estados Unidos ni Obama lo sería ni Hillary Clinton sería candidata ni Martin Luther King hubiera sido activista social ni Gandhi hubiera transformado a la India”. Además, presume conocer hasta los rincones más recónditos del país. “Dando conferencias, cursos y clases, he recorrido todos los estados de este país. Te puedo mencionar pueblos a los que yo he ido a hablar a los que no ha ido nunca una figura política. Cuando dicen ‘es politóloga de sofá’… ¡pues añoro el sofá! Porque casi nunca me puedo sentar en él”. Pst, Peje, ahí te hablan.
Aunque lamenta que se haya perdido gran parte del esplendor de la Ciudad de México que ella alcanzó a conocer en los años setenta, Denise se siente orgullosa de que el DF sea “un ejemplo de tolerancia y liberalismo para el resto del país; es decir, cómo aquí sí se pudo aprobar el derecho a decidir y el matrimonio gay y reconocer los derechos para todos al margen de la edad, el género y la preferencia sexual”. Por eso, cuando anda en su bici y ve a algún automovilista tirando basura, le grita “¡Usted no se merece que esté peleando por sus derechos!”. Porque no sólo es cosa de disfrutar las calles chilangas como un acto político: también hay que levantar la voz.