He aquí una venerable institución chilanga. La atiende generalmente una familia: una mujer de recia complexión y sus hijos, aprendiéndole el oficio, mientras el marido funciona como chofer de pickup y cargador de insumos. Tienen una mesa, a veces cubierta con un mantel de plástico, sobre la que distribuyen aguacates, jitomates, chicharrón y varias cubetas también plásticas; en ellas: rábanos, pápalo; nopales, habas; pico de gallo, guacamole; frijoles de la olla o refritos, arroz; tortillas; a veces, sobre todo entre semana, un par de guisados (picadillo, chicharrón en salsa).
El producto es casi indistinguible entre uno y otro puesto, como si todos se surtieran con el mismo proveedor, un mítico padrino de Xochimilco o Milpa Alta que extiende sus muchos brazos por toda la ciudad. Un detalle curioso: la señora suele dirigirse al cliente llamándolo “cliente”: “¿Qué va llevar, cliente?” Estos puestos o no tienen nombre común –que yo sepa– o el que más se les acerca es el de “puestos placeros”. Son impermeables al progreso, pertenecen a una ciudad libre del tiempo.
(Tal vez ninguno de estos puestos es mejor que otro pero he aquí dos favoritos: el que se pone en la esquina de Juan de la Barrera y Pachuca, afuera de la panadería Condesa, y el que se pone afuera de Pollos Ray en López, Centro, frente al mercado San Juan Arcos de Belén.)
Puestos: Juan de la Barrera y Pachuca/Afuera de Pollos Ray, López Centro, Arcos de Belén.
(Alonso Ruvalcaba)