A partir de pensar al propio cuerpo como aparato de control, los estudiosos de la anatomía se encontraron con algo “incontrolable”: lo hermafrodita. Hasta 1817, cuando el médico francés Charles C. Henri Marc elaboró una serie de reglas de procedimiento que permitían la identificación de los hermafroditas a través de un método llamado vicios de conformación de los cuerpos, una aparente calma sobre lo desconocido recayó en la clasificación de tres tipos de cuerpos (y personas): 1. el aparente masculino, 2. el aparente femenino, y 3. una clase que no se podía distinguir, el llamado hermafroditismo, neutro o “sin sexo”. Las reglas de procedimiento que se usaron para explicar este último son seis, que básicamente se resumen en: uno, “sondear las aperturas que se presentan en el cuerpo para conocer su magnitud y dirección”. Dos, detectar las características “constitucionales” de uno u otro sexo. Tres, observar de forma repetida los gustos y propensiones del individuo, sin confundir lo aprendido con lo innato. Cuatro, constatar si había menstruación. Cinco, prevenir casos confusos inmediatos al nacimiento. Sexto, tener cuidado con las propias declaraciones del hermafrodita y de quienes estaban próximos a él o ella, ya que reflejaban intereses no “científicos”. Aunque parezca poco razonable, esta metodología puede considerarse como uno de los más grandes paradigmas de la sexualidad, pues no sólo se limitó a la ordenanza de los cuerpos per se, sino que guió al deseo a una clasificación lineal de la identidad sexual sin mucha resistencia hasta el siglo XX, con el argumento del orden moral público como “higiene familiar”; Foucault lo llamó “formas de biopoder”, que no es más que distintas técnicas de control de y a través de los cuerpos a propósito del control natal y de salud pública. Usted se ha preguntado, ¿qué tanto posee su cuerpo y no él a usted? Y, ¿es esta posesión su deseo?