Desde la introducción de este libro de relatos inéditos, el escritor norteamericano lanza una amenaza: los 21 relatos y el poema reunidos en esta colección no son obra de la reflexión y meditación, son, por el contrario, resultado de explosiones e impulsos. Se trata de pequeñas piezas hechas con pasión y que deben disfrutarse de la misma forma.
El catálogo de “raros” incluye a personajes como Massinello Pietro, un hombre que, tras perderlo todo, decide recluirse en una casa pequeña junto a un montón de animales, y ahora no encaja en el mundo. Es el último hombre que canta en un lugar lleno de estatuas con miedo. Las autoridades, quienes lo ven como una amenaza, están decididas a encerrarlo en la cárcel.
Están también los golfistas que forman parte del cuento Los campos crepusculares. Un grupo de media docena de hombres, de entre 50 y 60 años, que para huir de sus casas frías y de sus camas vacías pasa las últimas horas del día golpeando una pelota, caminando detrás de ella, en silencio, como con ganas de perderse y olvidar la triste y vacía realidad que le espera.
En Lejos de casa, la historia que más recuerda al Bradbury de las Crónicas marcianas: dos cohetes viajan al planeta rojo con un objetivo aparentemente sencillo: conquistarlo y convertirlo en su nuevo hogar. Ahí, a 60 millones de kilómetros de la Tierra, les espera un ambiente hostil que les hace extrañar a sus familias y amigos, sus pueblos natales, sus lugares conocidos. Y esa nostalgia pone en riesgo toda la misión.
Escritos con unas cuantas décadas de separación, los cuentos de Siempre nos quedará París sirven como una gran puerta para adentrarse en el universo de uno de los grandes maestros de la ciencia ficción.