En 1999, mientras nuestros compañeros preparatorianos pretendían rasgarse las vestiduras por no poder volver a la escuela, mis amigos y yo hicimos lo que cualquier adolescente normal en caso de huelga: tomarlo con calma, dormir 12 horas diarias, beber caguamas, leer un montón, ver películas y pasear. ¡Y cómo paseábamos! Nos peinábamos el Centro, que todavía no estaba sanitizado por Slim; tomábamos microbuses destartalados para llegar a Lomas Verdes, a Coapa profundo o a la Pensil; íbamos a Neza y luego de regreso, nomás porque sí. Deambulábamos por la ciudad en busca de nada, nos la devorábamos a pasitos, sin prisa, al fin que al día siguiente no había clases.
Creo que por eso me gustó tanto Güeros. Pero tremendo. No estoy hablando del “Qué padre película, te la recomiendo” estándar. Estoy OBSESIONADA. No dejo de hablar de ella. Mis amigos ya no me aguantan. Mandé a mi familia gringa a que la viera en Nueva York. Me la paso picándole “play” al trailer, como quien trae la foto de su amor en la cartera y la saca a cada rato. Los Arieles fue como ver las encuestas de salida en las elecciones. El otro día estuve a punto de mandarle un mensaje al director, que no me conoce, pero a la mera hora me dio pena; me sentí como la stalker que te deja una cartita anónima en la mochila. ¿Qué sigue? ¿Cubrir la sala de cine de post-its con frases cursis?
Cuando veo Güeros, me sumerjo en una dulce nostalgia no nada más de los meses de huelga, sino de los tiempos prepuniversitarios en general: días que se convertían en semanas a bordo de la carcacha de sabequién, fiestas que terminaban en comuna hippie, besos que duraban una ciudad entera. Me siento pachoncita y enamorada. Por eso, los argumentos en contra de la película, esgrimidos por “los que sí saben de cine”, me entran por un oído y me salen por el otro. Como cuando te gusta alguien y por más que te adviertan que es un bueno para nada que una vez guacareó en la alfombra, tú sigues pareciendo emoji con corazoncitos en los ojos.
Quizá el crush se me pase y cuando descargue Güeros dentro de un par de meses sea como encontrarme al ex en el supermercado, así de “Ash, ¿qué le vi?”. Pero no creo. Una película que retrata con tanto amor a la Ciudad de México, con la misma fascinación con la que aprendí a recorrerla en aquellos días de huelga, difícilmente va a pasar de moda en mi corazón.
(Tamara De Anda / @plaqueta)