Si algo define la carrera de My Morning Jacket es el brío y la audacia que ha exhibido durante buena parte de los 17 años que llevan grabando y girando. Por desgracia su nuevo disco no alcanza los estándares a los que ellos mismos nos han acostumbrado.
Este reseñista incluso llegó a pensar que la excursión en solitario de su líder, Jim James (el fantástico álbum Regions of Sound and Light of God, 2013) pudo haber funcionado como una suerte de agente renovador. Pero no.
The Waterfall es el séptimo disco de su carrera, y carece de la experimentación que encontramos en algunas de sus obras anteriores, en las que temerariamente enfrentaban géneros supuestamente incompatibles — como por ejemplo, el dub y el country en el disco Z, de 2005— para crear algo nuevo e inclasificable. Aquí eso se extraña mucho. Sin embargo, tampoco es una grabación que palidezca ante el resto de su discografía. Son, que nadie lo dude, una banda solvente. Digamos que le faltan sorpresas y sobresaltos.
Tienen piezas, como la abridora, Believe, que parecen estar diseñadas para ser cantadas por arenas (esas donde juegan los equipos de la NBA) repletas de chicos rubios y de barba espesa. En algunos medios se ha dicho que son el Radiohead de Kentucky, pero este tipo de himnos ponen a MMJ más cerca de Coldplay que de Thom Yorke y compañia. Otras de las canciones —como Like a River o, en particular, Get the Point— se encuentran del otro lado del espectro y son capaces de recordarnos al Neil Young más intimista, más sutil, más conmovedor.
Su arma secreta sigue siendo la voz dulcísima y carismática de Jim James. Con otro delantero sería difícil pensar en una carrera tan exitosa y tan larga.
(Rulo / @ruleiro)