Sería arriesgado concluir que Tierra de nadie: Sicario (Sicario, 2015) resulta de un delirio donde el contrato entre el gobierno y el narcotráfico es irrefutable. Digo arriesgado porque bien podría ser verosímil, pero sabemos que en la realidad los capos se escapan de las prisiones, no que terminan asesinados por un rencoroso sicario apoyado por la CIA. Me parece que Denis Villeneuve y su guionista Taylor Sheridan, como los muchos comentaristas en taxis y mesas de café, solamente imaginan los tratos que existen entre el Estado y las organizaciones criminales para mantener un equilibrio ante la demanda por la más grande solución a la realidad: las drogas.
Tierra de nadie: Sicario es un examen frágil del narcotráfico, sobre todo si se le compara con El abogado del crimen (The Counsellor, 2013), donde Cormac McCarthy y Ridley Scott apuntan a los consumidores de drogas como el inicio de una cadena de violencia que desbarata sociedades, familias y cuerpos. En la cinta de Villeneuve también se culpa a los consumidores estadounidenses y las consecuencias de su placer se aparecen como un puñado de cadáveres mutilados colgando de un puente. Para nosotros es ya una imagen normal, pero para la protagonista, Kate Mercer (Emily Blunt), se trata de una pesadilla inédita. “No eres un lobo”, le explica Alejandro (Benicio del Toro). Sin embargo, la teoría de conspiración recibe todo el énfasis.
La ingenua Kate representa a la sociedad estadounidense, inconsciente de las intensas realidades en nuestro territorio a causa de los vicios ajenos. Su sensibilidad como una novata idealista resulta familiar para cualquiera que haya padecido la desilusión, y es en ella que encontramos la mayor complejidad en el filme, pero Villeneuve no ahonda en sus dilemas morales. Su meta no es reflexionar, sino divertir.