El teatro penitenciario acerca a las personas privadas de la libertad a la cultura, pero también ayuda a su reintegración social, como ocurre con Alquimia y transmutación
El teatro siempre tiene un espacio detrás y delante del telón para quien sea. Eso es lo que el teatro penitenciario en México recuerda: no importa el porqué las personas privadas de la libertad (PPL) ingresaron a centros de reclusión, también pueden acercarse a esta expresión artística para disfrutarla tanto abajo como arriba del escenario, y beneficiarse de ello.
En la CDMX podemos encontrar proyectos como la Compañía Teatral de Personas Liberadas, afiliada al Instituto de Reinserción Social (IRS) y que nació hace 6 años. Cuenta con actores y actrices profesionales egresadxs del Sistema de Justicia Penal.
Actualmente presenta en la Casa Fuerte del Indio Fernández la puesta Alquimia y transmutación: mujeres presas dentro y fuera de una cárcel, inspirada en Aldonza Lorenzo o Dulcinea del Toboso de Don Quijote de la Mancha. Se estrenó hace 5 años en el Festival Internacional Cervantino y hace un salto entre la Inquisición y el presente.
Al respecto nos platica Arturo Morell, director general del IRS y también director de la compañía teatral quien, a su vez, ha dedicado dos décadas al proyecto Un grito de libertad, una versión libre del musical El hombre de La Mancha presentada en centros de reclusión.
¿Cómo surgió Alquimia y transmutación?
Está basada en cómo el teatro transforma al interior de las cárceles, aquí específicamente a mujeres, y sobre todo interpretando a Aldonza. El título se lo puse porque, después de dar muchas funciones, cuando salía la gente me decía “estoy encontrando más libertad en las chicas que están privadas físicamente de su libertad que yo que estoy libre trabajando […]”, ahí me di cuenta que nuestras cárceles pueden ser físicas, emocionales o mentales.
¿Cómo lograste llevar el teatro a los centros de reclusión?
Soy abogado y estudié teatro, entonces quería encontrar un mecanismo para difundir el teatro como una herramienta de transformación social. Descubrí que las pastorelas tienen una autocrítica de quien las hace, una reflexión de lo que pasó en el año y un motivo para seguir adelante. Aún estaba en la Facultad de Derecho cuando diseñé y organicé el Festival Hispanoamericano de Pastorelas, que hice durante 20 años. Pero además siempre se acentúan [en esa época] los índices de depresión y de suicidio, mucho más en los centros de reclusión, y las pastorelas los redujeron. Todos estos años generaron confianza en las autoridades.
¿Qué tan complicado es trabajar con PPL o liberadas?
Cada persona dentro está viviendo un momento difícil, yo digo que es un paréntesis de vida, y trato de conjuntamente, a través de las herramientas actorales y teatrales, sanarnos emocionalmente. Muchxs han conocido el teatro en reclusión haciéndolo, no viéndolo. De pronto no dimensionamos eso, ¿cómo le explicas a alguien cómo hacer una obra de teatro si nunca ha visto una? Tratas de explorar sus emociones, que a través de la actuación saquen rencores, dolores, miedos.
¿Cuántos han tenido la oportunidad de continuar este camino y qué obras han presentado con la compañía?
Tenemos también el musical Yo soy, yo existo y la Pastorela de la integración chilanga. Estamos preparando una canasta de cuentos navideños. Lo interesante es que estos mismos se presentan en reclusión, así las chicas y los chicos, al obtener su libertad, se pueden unir ya afuera a la compañía.
¿De qué manera dignifica el teatro a las PPL frente al público?
Cuando el público ve nuestras obras dice “no te puedo creer que han estado en la cárcel”. De pronto muchxs piensan en la gente en reclusión con un estereotipo y cuando se dan cuenta que somos como cualquier otrx, quitamos etiquetas. Nos interesa sensibilizar a la sociedad para que comprenda que no todxs son culpables y los que lo son merecen no sólo una segunda oportunidad, a veces es una primera porque nunca se las dieron antes.