A finales del siglo XIX, una serie de extraños asesinatos puso a temblar a la Ciudad de México. En tan sólo ocho años, 20 prostitutas murieron estranguladas o degolladas. Los cuerpos aparecieron en la colonia Peralvillo. El hombre detrás de toda esta sangre derramada se llama Francisco Guerrero Pérez, un zapatero de cuarenta y tantos años a quien los medios apodaron El Chalequero.
Este caso le sirve al escritor mexicano Bernardo Esquinca para continuar con la saga de la familia Casasola (compuesta, hasta el momento, por otras dos novelas: La octava plaga y Toda la sangre). Situada entre 1888 y 1910, Carne de ataúd narra la historia de Eugenio Casasola, reportero del diario El Imparcial y víctima indirecta de los crímenes de El Chalequero.
La aparición del cadáver de una anciana de 80 años, justo con los mismos elementos que caracterizaron los asesinatos de Guerrero, despierta en el periodista miedo y una sed de venganza difícil de saciar. Hace apenas 10 años, Murcia, una prostituta de la que Casasola estaba perdidamente enamorado, perdió la vida a manos del criminal.
Sin saberlo, su obsesión por conseguir justicia lo sumirá en un caso más grande: una conspiración por acallar a las voces que se oponen al gobierno de Porfirio Díaz y que ha sembrado el miedo dejando cadáveres sin lengua por diferentes partes de la ciudad.
Por suerte, Casasola no está solo en esta misión: cuenta con la ayuda, entre otros, de Madame Guillot, una viuda francesa que tiene la capacidad de comunicarse con los muertos; Inocencio Frías, un editor, impresor y reportero de El Diablillo Rojo, una publicación combativa y decidida a derribar el régimen de Díaz, y Carlos Roumagnac, inspector de la policía y admirador de la antropología criminal.
Bernardo Esquinca
Almadía. México 2016
$269