Polanco es un restaurante enorme. A excepción de algunas, sus calles se sienten como pasillos de un restaurante infinito con la carta más amplia de la ciudad, entre sillas, meseros apurados y murmullos de copas y cubiertos chocando. Polanco huele a comida y a alcohol, mezclados con los aromas herbales del bosque y algún producto de L’Occitane.
En este restaurante interminable son comunes los rincones donde la comida es mediocre y los precios groseros, pero el lugar es perfecto para que te vean pagando con la platino. Por eso atesoro las pocas comidas sabrosas y abundantes por las que sí pago con mucho gusto.
El apenas abierto Margaret Chic Kitchen (Campos Elíseos 199A, col. Polanco IV Secc) es mi más reciente adquisición en esta colección. Lo conocí y regresé a pocos días porque su risotto de coliflor es una preciosidad. Comerlo es meditar: cierras los ojos y el silencio llega, el mundo se va y se quedan el presente y tú saboreando un bocadito de arroz cremoso con un madrazo de sabor vegetal, uno frutal (del maracuyá) y uno dulce (de las nueces caramelizadas).
En el mismo nivel de “platillo meditativo” hay dos más: el cavatelli chowder, una pasta —cavatelli— con almeja, pork belly (en su punto idóneo de carne suave y grasa crujiente) y aceite de chile; y el crudo de jurel con puré de limón amarillo (¡qué maravilla!), aguacate y relish de hinojo. Son de esos platillos que terminas con un pedacito de pan patinado en el plato.
El lugar está muy guapo con su look tantito retro, pero no es perfecto. Los postres (tartaleta de yogur con limón y shortcake con fresas) cumplen, pero no son “meditativos”. Quizá algún día lo sean o quizá no, pero eso no impedirá que regrese por un risotto de coliflor, gloriosamente acompañado de un pinot noir de Gevrey-Chambertin —recomendación de la sommelier Laura Santander—. Eso sí: carta de vino, plis nunca cambies, eres perfecta, XOXO.