¿Quién no ha fantaseado con la existencia de una poderosa poción virilizante? Una pócima amiga donde fuese posible diluir la angustia de cualquier disfunción. Lamentablemente, aún no circula el trago/Viagra que emborrache y optimice las válvulas del sistema eréctil; el ebrio está más próximo a la flacidez que a la dureza punzante que —bajo sus pantalones— esconden el sátiro y el idiota del pueblo. En dosis moderadas, el vino ostenta buena fama como afrodisiaco; sin embargo, es imposible distinguir la copa que transforma al semental en una larva salivosa e impotente. El callo del bebedor avezado obliga a conocer el punto donde la uva convierte al macho en un peluche.
Sea como sea, las bitácoras cocteleras ofrecen un trago que ironiza el sueño venéreo de los elíxires genitales: el Monkey Gland. O, en bruñido castellano: la verga de mono. Su leyenda comienza con el cirujano Serge Vóronov, quien —a principios del siglo XX— llevó su ciencia al límite al extirpar tejidos de testículo de mono y trasplantarlos en las pálidas criadillas de los caballeros parisinos. Los experimentos interespecie tenían el objetivo de hallar el remedio que curase la impotencia. En pleno período de entreguerras, ante la superabundancia de viudas chulísimas, el pillo de Vóronov soñó con satisfacer el deseo sexual de la mitad de Francia. Por supuesto, fracasó.
Años más tarde, en 1923, The Washington Post daba noticia de un tal Frank, barman del Ritz de París, quien servía Monkey Gland para los turistas adinerados que visitaban la capital francesa. Un coctel compuesto por ginebra, jugo de naranja y un toque de absenta. La coyuntura con la pifia del galeno, el estigma de la absenta y el nombre explícito del mejunje fueron una exitosa campaña de marketing: la sociedad francesa patentó un coctel que pervive solamente como anécdota curiosa. Ahora, más que un trago para agrandar el power sexual, sería suficiente dar con la fórmula que suscite el convivio fuera del Tinder: si Vóronov estuviese con vida viviría sobre los árboles en compañía de sus monos, extrañado de tanto WhatsApp y de nuestra desabrida erótica virtual.
(José Manuel Velasco / @gueroterror)