“¡Nada más te gustan las que parecen americanas!”, me reclamaba un amigo el otro día, obvio hablando de hamburguesas. Pero a mí me gustan de todos tipos. Hay, dentro del mundo de las hamburguesas de señor —aquellas que se pueden comer en restaurantes que no son necesariamente de burgers —, una corriente de afrancesadas que son muy socorridas por el público. Así fuí a dar a Brassi (Virgilio 8, col. Polanco). Las había visto muchas veces al comer en el Butcher & Sons original y me habían dado mucha curiosidad.
Tardó un poco, pero finalmente llegó y lucía muy apetecible, aunque al principio me costó un poco descubrir la carne, ya que venía debajo de una generosa porción de cebolla caramelizada. La hamburguesa de sirloin era justo eso: aproximadamente 150 grs. de sirloin a término medio, cebolla caramelizada, salsa de queso roquefort, lechuga y tomate.
Un poco de kétchup nomás por no dejar y vénganos tu reino. Contra toda mi costumbre decidí no quitarle la cebolla. “Así fue concebida” me dije y ataqué tal cual. El brioche muy bien: muy buena relación entre humedad y consistencia y con grato sabor. Cero #grasitanecesaria.
De hecho, como debí de suponer ante la abundante presencia de la cebolla (de gran sabor, por cierto) y de la salsa de roquefort, poco sabor en la carne. El sirloin no siempre es lo mejor para un buen pattie, muchas veces le falta sabor y consistencia. En este caso resultó muy blandengue en su sabor. Todos los demás ingredientes le ganaron y le opacaron.
No disgustó, pero pasó un poco sin pena ni gloria. El platillo viene acompañado de unas muy competentes papas a la francesa hechas en casa. Rescato que un restaurante alejado del mundo de las hamburguesas haya hecho un esfuerzo por tener una decente en su menú. No tendría por qué, sobre todo porque su público va ahí por otras cosas. Aunque en las cuatro mesas a mi alrededor, dos la hayan pedido.
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