Que me dedique a buscar, probar y comparar burgers es resultado de un amor especial que tengo por esta maravillosa creación del ser humano. Si usted es lector asiduo de esta columna, lo sabe. Quizá también sepa de mi fe ciega a la hamburguesa con queso de McDonald’s, de mi debilidad por la Big Mac y, en general, de la reverencia con la que hablo de la cadena de los arcos amarillos (¡vaya, hasta me casé en un McDonald’s!).
Este año se cumplen 50 años de muchas cosas importantes para el planeta. Sobresalen los movimientos sociales y estudiantiles, tanto en México como en otras parte del mundo, y la creación de los Juegos Paralímpicos (que significaron un quiebre en el modo de entender la discapacidad humana). También se celebran creaciones —mundanas— que han impactado la vida del planeta. En mi mundo, que la hamburguesa llamada Big Mac cumpla 50 años, es importante. En el mundo de la hamburguesa, también.
La llegada de este platillo ha influido de muchas maneras: culinaria, publicitaria, económica y socialmente. Un bollo con ajonjolí relleno de dos patties de carne con queso amarillo, lechuga, cebolla, pepinillos y salsa “especial” (no más que una mil islas glorificada) inició una revolución en la comida moderna.
El fast food puede ser una bendición de la democratización de la comida, o una debacle. Puede ser la panacea para hacer más accesible la alimentación, pero también puede ser una de las comidas más nocivas para la salud.
En el mundo occidental deben ser pocos los que nunca han consumido una Big Mac. El platillo tiene tal ubicuidad que hasta existe un índice económico global indexado al precio de una Big Mac en los diferentes mercados donde se consume.
Nos gusta no por todo lo que la rodea ni por lo que significa. Nos gusta simplemente porque sabe muy bien. Es una hamburguesa perfecta a la que no le sobra nada. Es por eso que, con mucho cariño y devoción, celebro los 50 años de una de mis hamburguesas favoritas. ¡Larga vida a la Big Mac! Ojo: yo sé que no es muy sana, pero parto de la idea de que las burgers no son para comer a diario. No me odien por eso.